LA PAZ DESDE FUERA DE LA GUERRA
Yo siempre he temido a la paz porque se da desde la guerra y nace negada. Hay que cambiar de mirada, por eso acepté esta invitación como un oportunidad para hablar desde fuera de la guerra, de lo que no guerra y la no paz traen.
INICIATIVA PLANETARIA
He sido invitado a hablar de la paz, pero la paz es un modo de vida, el resultado de un modo de ser cotidiano de las personas y los países. Por lo tanto quiero hablar de ese modo de ser cotidiano. Hace muchos años en Londres, en 1955, visité con algunos amigos la exhibición de las pinturas de un artista japonés relativas al sufrimiento humano que trajo consigo la destrucción de Hiroshima. Al salir, uno de mis amigos comentó: Qué me importa a mí que hayan muerto cien mil japoneses en Hiroshima si yo no conocí a ninguno?
Tal comentario me conmovió tanto por su sinceridad como por la falta de sensibilidad que parecía revelar, pero revelaba falta de sensibilidad? Los seres humanos somos seres vivos y como tales no podemos salirnos de nuestro dominio de existencia, y éste, querámoslo o no, tiene la "concretitud" de la inmediatez del vivir. Nuestro dominio de existencia, el dominio de existencia de cada uno de nosotros, no llega ni más allá ni más acá de lo que las dimensiones de nuestro existir permiten. El que no ve, no ve, y el que ve, ve; y lo notable es que el que no ve, puede llegar a ver.
Los seres humanos existimos en el lenguaje y en la reflexión, en el vernos a través de los otros. En el mito bíblico del génesis, la caída que trae el comer el fruto prohibido no tiene que ver con el sexo sino con la reflexión. El paraíso se pierde cuando en el lenguaje surge la cosa y oculta la acción, cuando lo importante no es lo que somos sino lo que decimos que somos. Con la cosa surge la apariencia, y con la apariencia surge la verdad. Las hojas de higuera con que adán y Eva se cubren ante Jehová no representan el pudor, sino la enajenación en lo propio, la enajenación en la posesión de un yo, la enajenación en la posesión de la verdad.
La posesión surge sólo con la apropiación de las cosas, antes sólo se vive y convive; y las cosas surgen cuando se adscriben a los objetos, como propiedades intrínsecas a ellos, las acciones con que los generamos como parte de la convivencia. Así nos apropiamos de los objetos con la esperanza de apropiarnos de sus propiedades, y, por lo tanto, de las acciones humanas que éstas implican. Lo mismo pasa con la verdad. La verdad se ha vuelto cosa, y queremos atraparla dándole forma de principio trascendente , y así poseerla. Pero, podemos poseer la verdad?
Sin ideologías no hay verdad, hay sólo convivencia.
Los seres humanos no comprendemos los fundamentos de la convivencia y por ello queremos poseer la verdad, el argumento que obliga al otro a ceder a nuestro arbitrio; y queremos poseer la verdad porque creemos que sin ese argumento existiríamos en el caos: el otro podría hacer cualquier cosa.
La caída, la pérdida del paraíso, es el temor a la desnudez, es el temor a encontrarnos con el otro tal como somos. El temor es legítimo como emoción, como reacción biológica ante el peligro. El temor que trae la pérdida del paraíso no es el temor al peligro, es la enajenación en la posesión, es el temor a perder las apariencias. Es por esto que ocupamos gran parte de nuestra pasión en la búsqueda de justificación para nuestras acciones y para las acciones de los demás. Protegidos por nuestras hojas de higuera exigimos del otro que sea como decimos que somos y no le creemos; protegidos por nuestras hojas de higuera tratamos de aparecer como decimos que somos y vivimos la neurosis de la mentira permanente. Vemos al otro como un enemigo mortal o potencial que sólo busca egoístamente su propio bienestar, y para defendernos, negándolo, hacemos lo que tememos que el otro haga, y lo justificamos diciendo: "yo solo defiendo lo mía, mis cosas, mis principios, la verdad". Afirmamos que es la agresividad humana la que destruye la paz, y que los estudios conductuales muestran la agresividad básica que nos mueve no solo en la guerra sino en la creatividad: la agresividad- se dice-es un motor humano fundamental.
Sin embargo también sabemos que no es así. El fundamento de toda convivencia, el fundamento de lo social, está en el amor, en el abrir al otro. Un espacio de convivencia junto a uno. El amor no surge de la convivencia, de lo social, sino que al revés, lo social, la convivencia social, surgen del amor. Sin amor no hay convivencia social, y sólo parece haberla sin amor cuando estamos en la hipocresía, en la conducta que tiene la forma de aceptación del otro, pero oculta su negación. No digo que la agresión no exista; existe y se puede cultivar. Los seres humanos aprendemos fácilmente y vivimos tan enajenados en la posesión que nos es fácil aprender a enajenarnos en la agresión bajo pretexto de defender una cosa, una verdad, un principio. Lo que digo es que el amor es el fenómeno humano más fundamental: el ser humano surge en la evolución biológica, no de la agresión, no de la competencia, no de la lucha por la vida, sino de la convivencia, de la cooperación que hace posible el lenguaje como un modo de convivir. Los seres humanos como seres en el lenguaje, somos hijos del amor.
No estoy predicando el amor. No predico nada; no digo amaos los unos a los otros. Sólo digo que sin amor no hay convivencia sincera, y que la convivencia hipócrita, sino se transforma en sincera, sólo lleva a la destrucción del otro o, en el mejor de los casos, a la separación, y digo que esto no debemos ignorarlo.
Pero, así como la reflexión es nuestra caída, la reflexión es el único camino para recuperar el paraíso, porque es sólo a través del cambio de conciencia en la reflexión que podemos descubrir que sólo existimos en el mundo que creamos con el otro. Es sólo en la reflexión que podemos darnos cuenta de que los cien mil japoneses que murieron en Hiroshima tienen que ver con nosotros, aunque no hayamos conocido a ninguno. Es sólo en la reflexión que podemos darnos cuenta de la enajenación en la posesión en que existimos y de las cegueras que ésta nos trae.
El paraíso es el mundo natural en el que el ser humano encuentra al alcance de su mano todo lo que necesita para su subsistencia si hace en él lo que es propio de vivir en él. El paraíso es el mundo natural anterior a la sobrecarga ecológica que el mismo ser humano provoca. Con el crecimiento de las poblaciones la sobrecarga ecológica destruye el paraíso y el mundo natural es reemplazado por la comunidad como el ámbito de la existencia. La agricultura permite la abundancia, pero exige el esfuerzo concertado de muchos en momentos precisos, y la razón justifica la entrega individual de independencia en tales momentos. El que posee las cosas, el que posee la verdad, recibe el poder de la obediencia.Aún estamos allí.
La comunidad, la vida en sociedades inmensas, reemplazó al mundo natural como el ámbito de existencia de la mayor parte de la humanidad. Pero es la enajenación en la posesión lo que nos atrapa. La posesión excluye al otro, lo niega y justifica su destrucción. Todos los problemas prácticos, todas las dificultades del hacer se pueden solucionar con la razón que permite encontrar un procedimiento óptimo una vez definida la tarea. No pasa lo mismo con la enajenación en la posesión y las cegueras que trae consigo. La enajenación en la posesión define para cada uno un mundo que excluye al otro, ya sea porque lo niega, o porque le exige un ser que le resulta inaceptable, pero al hacerlo, define un dominio de racionalidad que el que lo posee defiende con la pasión del que defiende su vida. Amigos, somos amigos? Tienen mis argumentos sentido para vosotros? Si lo tienen es porque estamos en el mismo ámbito de racionalidad porque somos amigos y somos afortunados. Pero sino lo tienen es porque estamos en ámbitos racionales distintos y si, en el mejor de los casos, somos indiferentes los unos respecto de los otros, en el peor de los casos debemos eliminarnos, porque la existencia del uno es un riesgo para la existencia del otro: cada ámbito racional, cada verdad poseída define un universo desde el cual el otro que no está en él no existe o es una amenaza.
Todas las guerras tienen que ver con la posesión de la verdad que justifica la negación del otro, aun las guerras que buscan restaurar la justicia. No es la maldad humana la que genera la guerra, es la posesión de la verdad la que le abre un espacio a la maldad como modo de vivir. No es la maldad ocasional o el crimen circunstancial lo que me preocupa. Es la maldad institucionalizada en defensa de la verdad, la enajenación destructiva. Es la búsqueda de una sociedad perfecta la que lleva a la tiranía y la guerra, porque toda búsqueda de la perfección se hace desde la enajenación en la posesión de la verdad.
Pero, el que no ve puede llegar a ver, y para esto hay un único camino: el cambio interno que relaja el apego, suelta la verdad y permite reconocer que sólo tenemos el mundo que creamos con los otro. Nos es difícil hacer esto por el miedo al caos, a que el otro al hacer lo que quiera nos destruya. Aquí, sin embargo, nuestra biología, nuestra humilde animalidad humana, nos salva: el amor. El amor es el fundamento de lo social al abrir el espacio de existencia de la convivencia, y es por ello lo único que en último término nos libra del caos al salir de la enajenación de la posesión de la verdad, y lo que nos libra de tal enajenación al permitirnos ver la miseria y sufrimiento que ésta genera. El amor no es ciego, es visionario, porque consiste en ver al otro y abrirle un espacio de existencia junto a uno, y hacer esto no es difícil en sí porque está en nuestra práctica cotidiana, ya que no hay convivencia social sin amor.
Lo difícil es dejar la verdad y aceptar el entendimiento, dejar las cosas y aceptar los procesos que le dan existencia, y tal paso es siempre un paso individual. No se trata de destruir el mundo que tenemos para volcarnos a uno ideal, se trata de asumir el mundo que tenemos en el entendimiento de que sólo lo tenemos con el otro, y que es sólo desde la convivencia que la razón tiene valor. Donde la verdad nos pierde, el amor nos salva, pues nos hace humanos al ampliar nuestro vivir al ámbito de la coexistencia.
REFLEXIÓN DEL PROPIETARIO DEL BLOG
Existen varios tipos de guerras:
La que tenemos con nosotros mismos cuando no nos aceptamos como somos
La que generamos con los otros al pretender imponerles nuestra verdad
La que resulta de la exclusión y negación de los otros
La que resulta de lo que decimos que somos y no somos
La del miedo a que los otros nos reconozcan como somos
Consideramos que estas son las principales causas de la violencia y guerras entre personas, familias, comunidades , pueblos y naciones...el camino está en aprender a convivir en la diferencia; aprender a conversar y a reconocernos como seres humanos sin exclusión y posesión de la verdad.
La paz sólo es posible si observamos estos principios de convivencia social.
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