Nuestro querido Ecuador tuvo el honor de contar con la presencia del famoso pensador Edgar Morin, en el mes de noviembre, quien en su último libro, La Vía, nos pone a consideración lo relacionado al consumo, que por su importancia y pertinencia con la época actual; lo queremos compartir.
Una consigna de la política de civilización es: menos, pero mejor. Esta consigna va a contracorriente de la formidable máquina de consumir, producida y animada por el afán de lucro. Pero los consumidores están abocados a autoeducarse, autorregularse y autoorganizarse, y la política de civilización propone ir en ese sentido.
Diagnóstico
El desarrollo ininterrumpido del complejo técnico - económico - industrial - capitalista de nuestra civilización implica un crecimiento continuo de las necesidades y los deseos suscitados por el binomio producción/consumo. A pesar de comportar zonas de pobreza y subconsumo, nuestra civilización, con el apoyo de las tentaciones publicitarias y de otro tipo, fomenta el hiperconsumo. Como dijo Marx, el capitalismo no sólo crea un productor para el consumidor, sino que tambien crea un consumidor para el productor. La multiplicación de los productos ofrecidos al consumo propone nuevos placeres, nuevas satisfacciones, permite nuevas autonomías ( que, como todas las autonomías, son dependientes de quien las mantiene ). Más allá de estos aspectos positivos que abren al consumidor nuevos universos materiales, sensuales y espirituales, el consumo se transforma en consumismo donde lo que era superfluo se vuelve indispensable, los antiguos lujos se vuelven necesidades, las nuevas utilidades se vuelven imprescindibles, y donde la seducción publicitaria conduce a la compra de productos cargados de virtudes ilusorias ( para la salud, la higiene, la belleza, la seducción y el prestigio ).
Aunque contiene zonas de pobreza y de subconsumo, nuestra civilización estimula el consumismo, espoleado por la obsolescencia rápida de los productos, el fomento usar y tirar en detrimento de lo duradero, la sucesión acelerada de las modas, la incitación permanente a lo nuevo, la preocupación individualista por el estatus o standing, así como las frustraciones psicológicas y morales que hallan un consuelo pasajero en la compra y el abusos de bebidas, alimentos , objetos y gadgets.
Es indudable que la competencia comercial juega a favor de la variedad de los productos y la regulación de los precios, pero la industrialización tiende a destruir las cualidades artesanas. En el campo de la alimentación, la agricultura y la ganadería industrializadas, la industria conservera y el imperativo de una larga conservación han eliminado variedades vegetales y animales de calidad, han degradado el gusto de los productos y atrofiado las capacidades gustativas de los consumidores.
La utilización creciente del crédito para conservar el nivel de vida adquirido por las clases populares y medias americanas, empobrecidas por el neoliberalismo y por el alza de los precios, ha engendrado una nueva burbuja financiera que ha desencadenado la crisis económica vigente desde el año 2008. Por su parte, el hiperconsumo, ha agravado la crisis económica y ecológica.
Producto y productor de la civilización occidental, el consumismo se universaliza con el desarrollo de nuevas clases medias en Asia, Indonesia, América del Sur y África. Las necesidades de confort, calefacción, viajes y refrigeración de los coches aumentan el consumo, en particular, el consumo de energía. Estamos empezando a tomar conciencia de que el consumismo comporta despilfarros y dilapidaciones, y causa degradación, contaminación y escasez ( en los yacimientos de energía fósil ); aunque también debemos comprender que el problema no afecta únicamente a la energía, sino a nuestro modo de vida.
El consumismo presenta dos aspectos ligados y antagónicos. Por una parte, se ofrece a satisfacer las necesidades subjetivas y personales y, con ello, fomenta el individualismo. Pero sus productos estandarizados contribuyen, de hecho, al desarrollo de un individualismo estandarizado. El individuo queda subyugado por el consumismo, que lo pone bajo su dependencia porque, en realidad, lo coloca a su servicio.
Por último, el malestar, la angustia y las frustraciones propias de nuestra civilización y nuestro tiempo determinan, por una parte, un consumo compulsivo, y, por otra, múltiples adicciones e intoxicaciones.
Las intoxicaciones de civilización
Empecemos por examinar una serie de intoxicaciones de civilización que contribuyen en gran medida al despilfarro energético, a la degradación ecológica y, al empeoramiento de las condiciones de vida.
La Ley del <<cada vez más, cada vez más rápido>>, que rige las actividades de las élites dirigentes, las sufren los trabajadores subordinados a ellas.
La élite dirigente multiplica las citas expeditivas, transforma las comidas, e incluso los desayunos, en comidas de negocios, pasa de un teléfono a otro, de un avión a otro. Está intoxicada por una sobrecarga de actividades, de las cuales goza como de una droga, al mismo tiempo que la dignifica para su importancia. Las élites profesionales y empresariales están obsesionadas con la eficacia, el rendimiento, la productividad, el coaching y el debriefing. Como su cronometría está hecha de avidez, prisa y precipitación, también imponen a los trabajadores una cronometría de obligaciones, condicionantes y estrés.
La obsesión permanente del lucro es una intoxicación en la cual el dinero, que es el medio, se convierte en fin.
La obsesión por lo cuantitativo, lo calculable, lo traducido en cifras es una intoxicación cognitiva y generalizada.
El <<trabajo-transporte-sueño-y-vuelta-a-empezar>> de la gran ciudad, los ritmos opresivos del trabajo, la fatiga, el malestar, las incomprensiones múltiples, hasta en el seno de las familias, incitan a tomar sustancias psicoactivas, drogas, anfetaminas. Con las múltiples tazas de café, las copas reconfortantes y las cápsulas supuestamente dinamizadoras, es fácil que se desencadene la espiral de la adicción. Sin embargo, el uso de uso de sustancias psicoactivas ( alcohol, drogas lícitas o ilícitas ) no hace que uno rinda más en su trabajo, al contrario: debilita la salud, deteriora la memoria, provoca angustias y alucinaciones. Los corticoides , utilizados como antiinflamatorios, se emplean, a veces, para reducir la fatiga, lo que puede provocar alteraciones psíquicas, depresión, úlcera, diabetes...Las anfetaminas, hoy prohibidas en Francia y que algunos trabajadores emplean para estimular la atención y luchar contra el cansancio, pueden ocasionar insomnio, hiperagresividad, trastornos cardíacos e, incluso, la muerte.
Intoxicaciones y adicciones consumistas
La omnipresencia publicitaria en los medios y en los muros de las ciudades, la valorización de productos dotados de virtudes ilusorias para el gusto, la salud, la belleza o la seducción estimulan las intoxicaciones consumistas contra las cuales proponemos los antídotos más adelante.
El término <<adicción>> designa una dependencia extrema de la persona respecto a una fuente de deseo o de placer. La noción de adicción es la que debe estar presente en la conciencia, en lugar de la noción de droga. En efecto, en algunas sustancias denominadas drogas como el hachís, la cocaína e, incluso, la heroína pueden ser consumidas por algunas personas sin provocar en ellas una dependencia obsesiva, es decir, una adicción. Lo mismo ocurre con el tabaco y el alcohol, que no son nefastos más que para los <<adictos>>.
Existen, además, adicciones de comportamiento ligadas a los juegos de azar o de competición, a la televisión, a la internet, a la imagen pornográfica, al portátil, al sexo y, en definitiva a cualquier actividad u objeto que dé la sensación de ser imperativamente necesario. El dopaje, generalizado entre los deportistas para mejorar su rendimiento físico, o entre los estudiantes para preparar los exámenes y mejorar su rendimiento psíquico y cerebral, puede, eventualmente, transformarse en adicción.
Según el producto consumido, la adicción puede provocar trastornos psíquicos o somáticos, y la situación de carencia crear una necesidad incontenible que puede conducir al robo o al crimen.
Las adicciones de ciertos individuos al alcohol, al tabaco, a la cocaína,a la heroína y otras drogas, legales o ilegales, plantean enormes problemas. Se trataría, en primer lugar, de realizar una amplia investigación para reconocer los determinantes de la adicción: Son genéticos ?, fisiológicos ?, Psicológicos ?, sociológicos ?, una combinación de todo ello ? Conocer la respuesta sería el estadio previo a la toma de medidas curativas, según los casos.
La verdadera reforma consistiría en la legalización, en todos los países de las drogas ilegales, que se venderían en las farmacias, ya que la prohibición favorece a las mafias, aísla a los <<adictos>> y transforma a algunos de ellos en delincuentes o criminales para obtener la droga. La liberación suprimiría el gigantesco poder financiero y político de las mafias, pondría fin a la delincuencia de los <<adictos>>, reintegrándolos a la vida social. Suprimir la prohibición de las drogas ilegales es una reforma de alcance planetario y de máximo interés humanitario.
Las vías reformadoras
Se impone, pues, la necesidad de una política que reflexiones, a la vez, sobre la energía, la ecología y la civilización; podemos enunciar sus primeros elementos en lo que al consumo se refiere. Dicha política debe luchar contra el despilfarro y la intoxicación consumista, más que imponer restricciones o privaciones; debe promover también la calidad en detrimento de la cantidad. Cabe señalar que la necesidad de plantear restricciones que acompaña toda crisis económica puede ayudar a acabar con el hiperconsumo; la primera reacción al empobrecimiento es recurrir al crédito; la segunda, controlar el consumo.
Es importante promover la moderación en el consumo, pero entendiendo que ésta debe ser moderada a su vez (el lector disculpará el oximoron ). La gran enseñanza de las culturas arcaicas y tradicionales es que la sobriedad cotidiana debe alternar con momentos de fiesta, de derroche, de embriaguez y de éxtasis. Es entonces cuando el consumo cede el lugar a la consumación.
Una reforma al consumo implicaría necesariamente:
1. Reducir las intoxicaciones consumistas que incitan a la compulsión de objetos cargados de cualidades ilusorias, efectuadas para calmar la angustia o para consolarse de frustraciones o penas;
2. Animar a tomar conciencia de que la búsqueda desaforada de satisfacciones materiales a menudo es debida a profundas insatisfacciones psíquicas y morales;
3. Promover todas las iniciativas que inciten a la búsqueda de la calidad y los placeres que ésta proporciona;
4. Fijar e imponer unas normas de calidad para los productos de consumo; comprobar las indicaciones de calidad ( sellos, denominaciones de origen, etc.);
5. Educar a los consumidores de forma que primen la calidad en la elección de los productos, empezando desde la escuela (clases dedicadas al estudio de nuestra civilización) y continuando de forma permanente, a fin de que los consumidores controlen cada vez más la calidad de sus compras;
6. Fomentar los movimientos de reforma de vida que contribuyen a modificar el consumo;
7. Fomentar la renovación de las artesanías de reparación (zapateros, relojeros, remendones diversos);
8. Reemplazar la producción de objetos de un solo uso por objetos reparables, reemplazar los objetos producidos para una duración limitada por productos duraderos;
9. Fomentar la devolución frente a las botellas de usar y tirar ( como en Alemania), hacer pagar las bolsas de plástico (como en Irlanda);
10. Generalizar el reciclaje de los productos que se tiran (Solerabals, una sociedad con sede en Adis Abeba, fabrica unos zapatos a partir del caucho de las ruedas usadas, añadiéndole tela), especialmente del papel;
11. Crear certificados de garantía de los productos libres de toda explotación de trabajadores a lo largo de su cadena productiva y que comporte un triple sello de calidad: libre de trabajo infantil, de discriminación y de trabajo forzado (una iniciativa del Instituto Boliviano de Comercio Exterior apoyado por el gobierno de La Paz, la Organización Internacional del Trabajo y UNICEF).
La reforma debería tender a sustituir los hipermercados de la periferia, grandes consumidores de energía, por supermercados de barrio, y, en especial, promover la vuelta a los comercios de proximidad.
Debería fomentar el uso de productos bio y de agricultura tradicional, así como los productos del comercio justo.
Debería fomentar los comités de ética del consumo, la acción de los organismos de defensa de los consumidores ( asociaciones o ligas de consumidores que establecen procedimientos para estudiar los productos y orientar las compras).
Debería propagar una política del consumo y, a través de ella, crear una fuerza política de los consumidores, organizados en asociaciones o ligas frente a los productores y a los distribuidores, disponiendo del boicot a las compras como arma, tan eficaz como la huelga de los trabajadores en la producción.
Con la esperanza de que este artículo del gran maestro Edgar Morin; se lo utilice para generar conversatorios con estudiantes, profesores y padres de familia; así como con trabajadores para reflexionar sobre la responsabilidad de los productores y de los consumidores en el mantenimiento de nuestra salud integral y del planeta en general.
Esperamos los comentarios de quienes se toman el tiempo de leer el pensamiento de este inmenso ser que es el maestro Morin, que éste servidor de ustedes a través de este blog pone su disposición.
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