martes, 27 de noviembre de 2012

METÁLOGO de Grégory Bateson

Papito, porqué se desordenan las cosas?



Hija: Papá , porqué se desordenan las cosas?
Padre: Qué quieres decir ? Cosas ? Desordenarse ?

Hija: Bueno, la gente gasta mucho tiempo ordenando cosas, pero nunca se la ve gastar tiempo revolviéndolas. Las cosas parecen desordenarse por sí mismas. Y entonces la gente tiene que ordenarlas otra vez.

Padre: No, si nadie me las toca. Pero si tú me las tocas - o si alguna otra persona las toca - se desordenan, y el revoltijo si no soy yo  la que las  toca.

Padre: Si, por eso no te dejo tocar las cosas del escritorio. Porque el revoltijo de mis cosas es peor si las toca alguien que no soy yo.
Hija: entonces la gente siempre desordena las cosas de otros ? Porqué lo hacen papá ?

Padre: Bueno, espera un poco. No es tan sencillo. Ante todo, a qué llamas revoltijo ?

Hija: Cuando...cuando no puedo encontrar las cosas y todo parece revuelto. Lo que sucede cuando nada está en su lugar...

Padre: Bueno, pero estás segura de que se llama revoltijo a lo mismo que cualquiera otra persona llamaría así ?

Hija: Pero papá, estoy segura...porque no soy una persona muy ordenada y si yo digo que las cosas están revueltas, estoy segura que cualquiera otra persona estará de acuerdo conmigo.

Padre: Muy bien, pero estás segura de qué llamas "ordenado" a lo que otras personas llamarían así ? Cuando tu mamá ordena tus cosas, sabes dónde encontrarlas ?

Hija: A veces , porque, sabes, yo se donde pone ella las cosas cuando ordena.

Padre: Es cierto: yo también trato de evitar que arregle mi escritorio. Estoy seguro de que ella y yo no entendemos lo mismo por "ordenado".

Hija: Papá, te parece que tú y yo entendemos lo mismo por "ordenado"?

Padre: Lo dudo, querida, lo dudo.

Hija: Pero papá, no es raro que todos quieran decir lo mismo cuando dicen "desordenado" y cada uno quiere algo diferente cuando dice "ordenado"? Porque "ordenado" es lo opuesto a "desordenado", no ?

Padre: Estamos entrando a preguntas más difíciles. Comencemos de nuevo desde el principio. Tú dijiste: "Porqué siempre se desordenan las cosas ? ". Ahora hemos dado uno o dos pasos más...y cambiemos la pregunta en: "Por que las cosas se ponen en un estado que Caty llama desordenadas ?" Te das cuenta porqué quiero hacer el cambio?

Hija: ...Me parece que sí...porque si yo le doy significado especial a "ordenado", entonces el "orden" de otras personas me parecerán revoltijos a mí, aunque estemos de acuerdo en la mayor parte de lo que llamamos "revoltijos"...

Padre: Efectivamente. Veamos ahora qué es lo que tú llamas "ordenado". Cuando tu caja de pinturas está colocada en un lugar ordenado, dónde está ?

Hija: Aquí en la punta de este estante.

Padre: De acuerdo. Y si estuviera en algún otro lado ?

Hija: no, entonces no estaría ordenada.

Padre: Y si la ponemos en la otra punta del estante, aquí ?

Hija: No, ése no es el lugar que le corresponde, y además tendría que estar derecha, no toda torcida, como la pones tú.

Padre: Ah!...en el lugar acertado y derecha.

Hija: Sí.

Padre: Bueno, eso quiere decir que sólo existen muy pocos lugares que son "ordenados" para tu caja de pintura...

Hija: Un lugar solamente.

Padre: No, muy pocos lugares, porque si la corro un poquito, por ejemplo, así, sigue ordenada.

Hija: Bueno...pero pocos, muy pocos lugares.

Padre: De acuerdo, muy pocos lugares. Y qué pasa con tu osito de felpa y tu muñeca y el mago de Oz y tu suéter y tus zapatos ?. No pasa lo mismo con todas las cosas, que cada una tiene sólo muy, muy pocos lugares que son "ordenados" para ella?.

Hija: Sí , Papá, pero el mago de Oz puede ir en cualquier lugar del estante. Sabes una cosa?. Me molesta mucho, pero mucho cuando mis libros se mezclan con tus libros y los libros de mi mami.

Padre: Sí, ya lo sé. ( Pausa ).

Hija: Papá, no terminaste lo que estabas diciendo. Porqué mis cosas se ponen de la manera que yo digo que no es ordenada ?.

Padre: Pero sí que terminé...porque hay más maneras que tú llamas "desordenadas" que las que llamas "ordenadas".

Hija: Pero esa no es una razón para...

Padre: Te equivocas, lo es. Y es la verdadera y única y muy importante razón.

Hija: Ufa, papá, basta con eso!

Padre: No, no bromeo. Esa es la razón y toda la ciencia ensamblada mediante esta razón. Tomemos otro ejemplo. Si pongo un poco de arena en el fondo de esta taza y encima de ella pongo un poco de azúcar y lo revuelvo con una cucharilla, la arena y el azúcar se mezclarán, no es cierto ?.

Hija: Sí, pero papá, te parece bien pasar a hablar de "mezclado" cuando comenzamos hablando de "desordenado"?.

Padre: Es que...bueno...me parece que sí...Sí, porque supongamos que encontramos a alguien que piensa que es más ordenado colocar toda la arena debajo de todo el azúcar. Y, si quieres, no tengo inconveniente en decir que yo pienso de esa manera...

Hija: si ?

Padre: Está bien, tomemos otro ejemplo. Algunas veces, en el cine, tú ves un montón de letras en el alfabeto, desparramadas por todas partes en la pantalla, hechas un revoltijo y algunas hasta patas arriba. Y entonces alguien sacude la mesa donde están las letras y éstas comienzan a moverse y luego, a medida que las siguen sacudiendo, las letras se reúnen y forman el título de la película.

Hija: Sí, las vi...lo que formaban era DONALD.

Padre: No tiene importancia lo que formaban. El asunto es que tú viste que algo era sacudido y batido, y en vez de quedar más mezclado que antes, las letras se reunieron en un orden, todas de pie y formaron una palabra...formaron algo que la mayoría de las personas estarán de acuerdo en que tiene sentido.

Hija: Sí, papá, pero sabes que...

Padre: No, no lo sé; lo que trataba de decir es que en el mundo real las cosas nunca suceden de esa manera. Eso pasa sólo en las películas.

Hija: Pero , papá...

Padre: Te digo que sólo en las películas se pueden sacudir las cosas y éstas parecen adquirir más orden y sentido del que tenían antes...

Hija: Pero, papá...

Padre: Esta vez déjame terminar...Y en el cine, para que las cosas parezcan así, lo que hacen es filmar todo al revés. Ponen las letras en orden para que se lea DONALD, las filman y luego comienzan a sacudir la mesa.

Hija: Pero, si ya lo sé, papá! Y eso era lo que quería decirte. Y cuando proyectan la película la pasan hacia atrás, y parece como si todo hubiera pasado hacia adelante, pero en realidad sacudieron las letras después de ordenarlas. Y las tienen que fotografiar patas arriba...Porqué lo hacen?.

Padre: Santo cielo!

Hija: Porque tienen que poner la cámara cabeza abajo, papá ?.

Padre: No te voy a responder ahora esa pregunta porque estamos en el medio de la pregunta sobre revoltijos.

Hija: Ah, es verdad! Pero no te olvides, papito, que otro día me tienes que responder la pregunta sobre la cámara boca abajo. No te olvides !. Verdad que no te vas a olvidar, papá ?. Porque a lo mejor yo me olvido. Sé buenito papá.

Padre: Bueno, sí, pero otro día. En qué estábamos ? Ah, sí en que las cosas nunca suceden hacia atrás. Y trataba de explicarte porqué hay una razón de que las cosas sucedan de cierta manera si podemos mostrar que esa manera tiene más maneras de suceder que alguna otra manera.

Hija: Papá, no empieces a decir tonterías.

Padre: No estoy diciendo tonterías. Empecemos de nuevo. Hay una sola manera de escribir DONALD. Estás de acuerdo ?.

Hija: Sí.

Padre: Magnífico. Y hay millones y millones y millones de manera de esparcir seis letras sobre una mesa. De acuerdo?.

Hija: Sí. Me parece que sí. Y algunas de esas pueden ser patas arriba ?

Padre: Sí. Exactamente como en ese revoltijo en que estaban en la película. Pero puede haber millones de revoltijos como ése, no es verdad?. Y uno solo de ellos forma la palabra DONALD ?.

Hija: De acuerdo, sí. Pero, las mismas letras podrían formar OLD DAN.

Padre: No te preocupes. Los que hacen las películas no quieren que las letras formen OLD DAN sino DONALD.

Hija: Y porqué ?

Padre: Deja tranquilos a los de las películas!

Hija: Pero fuiste tú el que habló de ellos papá.

Padre: Sí, bueno pero era para tratar de decirte porqué las cosas suceden de aquella manera en las que hay mayor número posible de maneras de que suceda. Y ya es hora de irse a la cama.

Hija: Pero, papá, si no terminaste de decirme por qué las cosas suceden de esa manera, de la manera que tiene más maneras!

Padre: Está bien. Pero no pongas más motores en funcionamiento...con uno basta y sobra. Además, estoy cansado de DONALD. Busquemos otro ejemplo. Hablemos de tirar monedas a cara o sello.

Hija: Papá, Estás hablando de la misma pregunta por la que comenzamos, la de "porqué se desordenan las cosas"?.

Padre: Sí.

Hija: Entonces, papá, lo que tratas de decirme sirve para las monedas, para DONALD, para el azúcar y la arena y para mi caja de pinturas y para las monedas ?

Padre: Sí, efectivamente.

Hija: Ah!, bueno, es que me lo estaba preguntando.

Padre: Bueno, a ver si esta vez logro acabar de decirlo. Volvamos a la arena y al azúcar y supongamos que alguien dice que poner la arena en el fondo de la taza es "arreglado" u "ordenado".

Hija: Hace falta que alguien diga algo así para que puedas seguir hablando de cómo se mezclarán las cosas cuando las revuelvas?.

Padre: Sí...Ahí está precisamente el punto. Dicen lo que espera que suceda y luego yo les digo que no sucederá porque hay tal cantidad de otras cosas que podrían suceder. Y yo sé que es más probable que suceda una de las muchas cosas y no de las pocas.

Hija: Papá, Tú no eres más que un viejo que hace libros, que apuesta a todos los caballos menos al único al que quiero apostar yo.

Padre: Es cierto, querida. Yo les hago apostar según lo que llaman la manera "ordenada" - sé infinitamente muchas maneras desordenadas - y por eso las cosas siempre se encaminarán hacia el revoltijo y la mixtura.

Hija: Pero porqué no lo dijiste al comienzo, papá ? yo lo hubiera podido entender perfectamente.

Padre: Supongo que sí. De todas maneras, es hora de irse a la cama.

Hija: Papá porqué los grande hacen la guerra, en vez de sólo pelear, cómo hacen los chicos ?

Padre: Nada de dormir. Ya terminé contigo. Hablaremos de la guerra otro día.























domingo, 11 de noviembre de 2012

PREVENCIÓN DE LA DROGADICCIÓN III

GESTIÓN DEL CONFLICTO

Si la salud mental puede definirse como la capacidad para establecer alianzas relevantes, contando la persona con la seguridad de poder recibir ayuda de otros en momentos difíciles o estresantes, el diseño de ambientes interpersonales ecológicamente sostenible debe convertirse en prioridad dentro de los proyectos preventivos. De esta manera se reduce el stres psicosocial, al atender los agentes de prevención a la satisfacción de las necesidades sociales y afectivas mediante una cálida interacción cotidiana, asegurando una adecuada circulación del alimento emocional y un cuidado de los nichos afectivos. Pues el stres no es otra cosa que la llamada de alerta por el sufrimiento que empieza a presentarse en el medio ambiente interpersonal, cuando el soporte afectivo no es asequible al individuo a través de su relación cotidiana con los otros, indicando su escasez que nos encontramos en situación de crisis.

Dado que el trabajo preventivo tiene como propósito atender el malestar psicológico que surge cuando el ecosistema interpersonal no logra proveer a las personas de experiencias nutricias en los campos de la dinámica emocional y comunicativa, resulta provechoso conceptualizar la intervención como una manera de impedir que el deterioro cultural e interpersonal termine incrementando los casos de farmacodependencia. Entre otras cosas, porque la drogadicción puede entenderse como un "desastre cultural" propio de la sociedad contemporánea, desastre que debe abordarse con criterios similares a los utilizados por profesionales que atienden problemas como deslizamientos de tierra o erupciones volcánicas.

La lógica de las intervenciones de quienes atienden desastres naturales exhibe una gran ventaja sobre los modelos de prevención derivados de la higiene pública y el manejo de las enfermedades infecto -contagiosas o parasitarias, pues a diferencia con aquellos que se obsesionan con erradicar el factor infeccioso o la conducta problemática, estos profesionales no están preocupados por erradicar el terremoto o la erupción del volcán, asumiendo de entrada que sería una tarea imposible. Siguiendo su enseñanza, podemos intervenir en el "desastre cultural" de la drogadicción sin centrar nuestra atención en la "erradicación" del consumo de S.P.A. , orientando más bien nuestros esfuerzos a disminuir la vulnerabilidad e incrementar la capacidad de la comunidad para interactuar con el conflicto.

Al permitirnos evaluar la calidad de las relaciones interpersonales y expresar de alguna manera su deterioro, el consumo compulsivo de S.P.A. adquiere el carácter de indicador que nos alerta sobre la cercanía del "desastre", funcionando como un semáforo que nos ayuda a detectar problemas de nuestra red interpersonal que deben ser modificados mediante prácticas preventivas. Bajo esta perspectiva asumimos la S.P.A. como un indicador social que interactúa con otros factores del sistema o microcultura, como la calidad de las redes de soporte interpersonal, la capacidad del individuo y la comunidad para enfrentar y resolver problemas, los valores predominantes en el grupo, la descripción cultural que se hace de la experiencia embriagada, la preparación para el ejercicio de la libertad y la capacidad para afirmar la singularidad sin bloquear las fuentes de alimento afectivo. Sistema interactivo que nos enseña que el problema no se origina en la sustancia misma, sino en la articulación de la S.P.A. con los demás componentes del contexto cultural. ai sea la S.P.A. la que a primera vista acapara las connotaciones negativas del conflicto. De la importancia de no demonizar el uso de psicoactivos, atendiendo más bien a la capacidad del sistema interpersonal o a la dinámica microcultural para ajustarse y responder con flexibilidad a los retos sociales impuestos por los nuevos ritmos, de tal manera que la experiencia del "acelere" y desterritorialización no conviertan a la S.P.A. en sustituto fallido de los demás componentes de la microcultura.

No debemos temer a la emergencia del conflicto. Se trata más bien de mejorar los procedimientos para su representación, pues de esto depende la efectividad de la acción transformadora. Mejorar la representación que individuos y comunidades tienen del conflicto debe ser una tarea concertada entre profesionales de la prevención y consumidores de la información, tarea que puede dificultarse si no tenemos en cuenta los escotomas culturales que suelen generarse en los grupos como forma de negar la realidad y resistirse a un cambio de creencias que resulta molesto y doloroso. No contar con una adecuada representación del conflicto puede tornar inoperante cualquier propósito preventivo, como sucedió en Colombia en un caso doloroso que puso de presente la vulnerabilidad cultural favorecida por los modelos comunicativos. Se trata de la desaparición en 1.985 de la ciudad de Armero y de sus 30.000 habitantes, a causa de una erupción volcánica cuyo riesgo nunca fue cabalmente representado, pues los ciudadanos no tuvieron una clara representación del conflicto en el que estaban involucrados.

Para las gentes de Armero no era evidente la presencia del volcán-nevado del Ruiz como elemento de su ecosistema, no obstante el papel determinante que juega en la formación de los ríos lagunilla y azufrado, que atraviesan el cálido valle después de nacer en las nieves perpétuas. Cuando se pensaba en la erupción, venían a la mente imágenes transmitidas por el cine comercial de piedras y lava cayendo sobre las ciudades más cercanas, entre las que no se contaba Armero, pero si Manizales. Inconscientemente se consideraba que esta sería la primera urbe afectada en caso de un desastre, minimizándose el riesgo para las ciudades más lejanas. En otras palabras, mientras Manizales no fuera destruída, las demás ciudades estarían a salvo.

Los Colombianos estupefactos supimos horas después del desastre, que también se puede morir en una erupción como producto del descongelamiento del glaciar y bajo una avalancha de lodo. La comunidad armerita era vulnerable porque no tuvo una adecuada representación de su entorno y del peligro que sobre ella se cernía. En los textos de geografía que estudiaban los niños de la población figuraban como ejemplos de ríos que nacen de glaciares el Misisipi en los Estados Unidos y el Po en Italia, sin que se mencionara para nada el río Lagunilla, que por súbdita descongelación del glaciar donde nace, arrasó con esta ciudad construida en sus orillas. Sin lugar a dudas se trataba de un bloqueo generado por una representación social predominante y avalada por la tradición que era difícil modificar, por lo que no bastó con brindar la información adecuada, pues era además necesario poner en marcha procedimientos para modificar la representación del conflicto e inducir la transformación pertinente en los aprendizajes sociales comprometidos.

Otro ejemplo del papel equívoco jugado por los modelos de comunicación en la representación de los conflictos tiene que ver con las primeras informaciones que se difundieron acerca del SIDA con el amor prohibido. Tuvo que pasar mucho tiempo y ante la cantidad de madres y niños que en los países del tercer mundo presentaban la enfermedad, fueron cambiando los mensajes hacia una representación del conflicto que permitió un trabajo de prevención más acertado.

Si la prevención puede entenderse como una disminución de la vulnerabilidad relacionada con la capacidad de las poblaciones de representarse sus conflictos, tenemos que concluir que al simplificar de manera maníquea el problema de la drogadicción, los enfoques de guerra pueden resultar contraproducentes para avanzar en una adecuada representación del conflicto que se encierra en el uso de S.P.A. , o de otros fetiches ofrecidos como objetos deseables y fácilmente adquiribles en las redes del mercado. La inflexibilidad o la incapacidad para adaptarse a ese cambio no radica sólo en la oferta de S.P.A., aunque eesta hace parte del problema, sino que involucra fallas en la red interpersonal que el adicto intenta suplir químicamente mediante la voracidad consumista.

Para comprender la manera como se genera la vulnerabilidad, G. Wilches recurre al ejemplo de un ciudadano que ha desentejado su vivienda para efectuar reparaciones, con lo cual su casa se vuelve temporalmente vulnerable al fenómeno del aguacero. La situación de riesgo no depende sólo del aguacero, en el caso de las drogas de la oferta mercadeable de S.P.A., que se torna funesto por estar la casa destechada, emprobrecimiento de nuestras redes afectivas y de soporte social que incrementan el riesgo de consumo de S.P.A., se trata en consecuencia de una vulnerabilidad social que genera la condición de riesgo al alterar la red interpersonal y la calidad del espacio comunicativo, actuando la droga de la misma manera como lo hace el aguacero: como síntoma del conflicto que vive el ciudadano y factor que puede acelerar su deterioro.

Esta conceptualización de la vulnerabilidad nos pone, ante una curiosa paradoja: si por prevención entendemos, como es usual, la eliminación del fenómeno que nos preocupa, "erradicación del flagelo de la droga", tendremos que afirmar que se trata de un objetivo inalcanzable, o que sus procedimientos son poco fiables. Al contrario, si desistimos de las nociones de "erradicación" y "abstinencia" generalizada con propósitos, podemos abrir caminos novedosos a las dinámicas de prevención, entendidas ahora como una forma de "mitigar" el problema y no de "eliminarlo". Pues al igual que una erupción volcánica por sí misma no configura un desastre, es necesaria la cercanía de la comunidad y su escasa preparación para enfrentar el riesgo, tampoco la existencia de psicoactivos configura por sí mismo un problema. De lo que se trata es de reducir la vulnerabilidad, capacitando a la comunidad y al individuo para gestionar y absorber, mediante autoajuste, los riesgos que se presentan. De allí que la acción preventiva debe atender no tanto a la "erradicación" de las drogas del espacio social, hecho que poco ayuda para desarticular la compulsión, sino a la mejora de las redes interpersonales, pues allí está la verdadera fuente de la problemática.

Podemos en consecuencia redefinir el concepto de prevención de la siguiente manera:

Prevenir es disminuir la vulnerabilidad, mejorando la capacidad de los individuos y comunidades para interactuar con el conflicto. 

Como la prevención busca mejorar la interacción para interactuar con el conflicto para fortalecer o reconstruir los lazos de convivencia, un par de ecuaciones adicionales pueden ser formuladas para establecer factores de predicción que permitan monitorear tanto la presencia de la problemática a intervenir, como la eficacia de la acción adelantada, tales ecuaciones pueden enunciarse como siguen:

a) El consumo de S.P.A. se torna problemático en tanto destruye la red de relaciones o, a la inversa, el tipo de relaciones interpersonales existente se torna problemático en tanto induce al consumo compulsivo de S.P.A. :

Consumo problemático  S.P.A. = Destrucción de relaciones


b) La acción preventiva es eficaz en tanto permite fortalecer o reconstruir la red de relaciones y mejora las dinámicas de convivencia :

Prevención = Fomento o reconstrucción de convivencia

Como la vulnerabilidad depende en gran parte de la fragilidad de las redes interpersonales y del bloqueo generado por una inadecuada representación de los conflictos que padecemos, la intervención del profesional de la prevención, debe dirigirse al fortalecimiento de estas redes y a favorecer una adecuada representación de los conflictos que se  generan en torno al uso de S.P.A.  Si somos capaces de representarnos con certeza el estado de nuestras redes de apoyo y la dimensión de los conflictos que nos amenazan, tendremos altas probabilidades de disminuir el riesgo y de alejar la probabilidad de la catástrofe. Si no es así, estaremos inermes ante su llegada. No hay mayor torpeza que desconocer la importancia de las redes sociales y de las representaciones culturales, mientras nos dedicamos a tipificar la conducta desviada o a proferir amenazas alarmantes sobre las S.P.A. , sin hacer nada para modificar las conductas que deterioran nuestra dinámica interpersonal acercándonos al desastre.

Si el propósito central de un trabajo preventivo es mejorar la capacidad de individuos y comunidades para interactuar con los conflictos, a la vez que se fortalezcan las redes interpersonales y los vínculos afectivos, el único saldo válido de un trabajo de prevención debe ser la cualificación de las relaciones interpersonales, haciéndolas más cálidas y flexibles. Si al final del proceso, los miembros del grupo tienen más posibilidades de contactos interpersonales y mejores representaciones sobre lo que acontece en su vida íntima, contaremos con un activo social que permite afirmar que ha tenido éxito la empresa preventiva. Si esto no sucede, habremos fracasado.

Herramientas para la intervención

Establecido lo que entendemos por prevención, definido el problema a intervenir y las estrategias a seguir, podemos definir de la siguiente manera el perfil de las organizaciones que se proponen adelantar  en el campo de la prevención:

Una institución de prevención debe tener la capacidad para racionalizar los recursos comunitarios y organizacionales necesarios para modificar aprendizajes sociales y transformar el contexto cultural.

Para desarrollar este propósito, la institución debe cumplir con las siguientes características:

a)  Capacidad de coordinación interinstitucional para adelantar procesos de cogestión con grupos de ciudadanos y comunidades.

b)  Tener incidencia en la gestión cultural.

c)  Mantener relación estrecha con observatorios epidemiológicos y adelantar labores de investigación social y etnográfica en sus zonas de influencia.

d)  Mostrar capacidad para construir relatos sociales que favorezcan la representación de los conflictos y la dinámica de nuevos aprendizajes.

e)  Capacidad de hacer seguimiento a sus programas para dar cuenta de la aplicabilidad y asertividad de sus modelos;

f)  Mantener la diferencia entre labores de rehabilitación y de prevención, por lo que debe buscarse la independencia de las tareas preventivas o su autonomía dentro de las instituciones que tienen propósitos básicamente curativos.



La descripción cautelosa de este perfil institucional no puede llevarnos a olvidar que sólo mediante un proceso de participación comunitaria se puede definir, de manera sencilla y pertinente, los aprendizajes sociales y los valores culturales que es necesario modificar para disminuir la vulnerabilidad de las poblaciones involucradas. El papel de las  instituciones debe limitarse a ofrecer un infraestructura simplificada para el diseño de modelos operativos y para la captación de flujos financieros que permitan sacar adelante los procesos. En las sociedades democráticas el cambio cultural no puede no puede efectuarse mediante una gerencia vertical, sino a través de una gerencia transversal cuyas iniciativas se integran a procesos de fluctuación y autogestión comunitaria, teniendo presente que estamos expuestos a una dinámica de efectos imprevistos y cambios de sensibilidad que exigen gran capacidad comunicativa y de acción sinérgica con diversas poblaciones e instituciones.

Esto no quiere decir que no podamos contar con una caja de herramientas conceptuales o criterios básicos para adelantar programas de prevención orientados a frenar el consumo compulsivo de psicoactivos. Al contrario, es necesario contar con estas ideas fuerza, para no perder el rumbo y poder valorar de manera crítica nuestro trabajo. Es por eso que a manera de sinopsis englobante, procedemos a enunciar los criterios centrales que deben guiar la intervención preventiva:

I. La prevención está orientada a impedir la aparición de los comportamientos compulsivos

II. La compulsión es la conducta que busca encontrar en el consumo de S.P.A. el calor y la seguridad que no encuentran en la vida cotidiana. El consumo compulsivo de las drogas es una de las formas de consumismo contemporáneo. Al consumir la droga se busca modelos de identidad y pertenencia. Hay compulsiones permitidas ( alcohol, tabaco, estrés ) y compulsiones censuradas ( cocaína, inhalantes ) , revelando ambos deficiencias en la red interpersonal y afectiva.

III.  El consumo de S.P.A. es un problema con fuertes raíces culturales. No se consume sólo la sustancia sino los símbolos que la rodean. Sin embargo mientras el uso de psicoactivos en las culturas tradicionales refuerza valores y sistemas de pertenencia a la comunidad, en la sociedad occidental puede llevar a la destrucción de estos valores y al deterioro de los vínculos interpersonales.

IV.  El consumo de drogas es síntoma de un malestar cultural y no su causa. La drogadicción pone de presente el sufrimiento de una cultura donde la funcionalización de las relaciones interpersonales termina por deteriorar el soporte afectivo que necesitamos en la vida diaria. Fenómeno relacionado con una crisis ecológica de la interpersonalidad, caracterizada por la ruptura de los sistemas de interdependencia y aplastamiento de la singularidad a causa del predominio de modelos de productividad a ultranza.

V.  De igual manera que la drogadicción puede entenderse como una patología de la libertad, la prevención, tanto por las fuerzas inherentes a la problemática que queremos intervenir como por la dinámica necesaria para modificar los aprendizajes sociales, debe ser entendida como una educación para la libertad.

VI.  Prevenir es fomentar la autogestión de manera creativa y participativa. Es disminuir la vulnerabilidad, preparando a los individuos para ejercer su libertad al interactuar con sus conflictos.

VII.  La prevención es un trabajo de reconstrucción cultural que debe orientarse de manera prioritaria a:

Superar el analfabetismo afectivo
Cuidar los nichos afectivos
Favorecer la expresión de la singularidad
Incrementar el soporte social
Fomentar los diálogos lúdicos
Desarticular el consumo compulsivo

VIII.  Estos contenidos pueden articularse bajo un modelo ecológico que nos ayuda a orientar la ayuda preventiva hacia:

Un fomento simultáneo hacia la singularidad y la interdependencia
Impedir que se imponga en los ecosistemas humanos la serialidad del monocultivo
Cuidar los ecosistemas humanos de la polución de los diálogos funcionales.

IX.  La acción preventiva debe resumirse en la necesidad de asumir la ternura como factor protectivo por excelencia y horizonte ético que nos permite una reconstrucción cultural desde la intimidad.

RECONSTRUCCIÓN CULTURAL DE LA INTIMIDAD


La prevención debe orientarse hacia un trabajo de reconstrucción cultural y modificación del clima interpersonal, pues de la misma manera que el aire y la temperatura son determinantes para el desarrollo de los ecosistemas naturales, también la adecuada combinación de calor y nutrientes es necesaria para el buen funcionamiento de los ecosistemas afectivos. El clima emocional es uno de los factores determinantes, sino el principal, para definir el perfil de las instituciones laborales, familiares y educativas, siendo necesario aprender a calibrar los microsistemas afectivos, ajustándolos para asegurar nuestro bienestar, de la misma manera que cuidamos la adecuada combinación de calor y humedad en el semillero o ecosistema vegetal.

Para que puedan crecer las singularidades es necesario realizar controles periódicos de calidad afectiva, para estar seguros de dar y recibir un afecto propicio al mutuo ejercicio de la libertad, sin chantajes ni manipulaciones. De la misma manera que realizamos para beneficio de los consumidores, controles de calidad de los productos comerciales, debemos también realizar un monitoreo sobre la calidad de nuestros vínculos, para lo cual es pertinente establecer, en los pequeños espacios cotidianos, pactos de ternura que consisten cuidar la interdependencia, fomentar la singularidad e impedir el chantaje afectivo, para recuperar las fuentes nutricias que se han secado o incrementar la oferta de cariño que ha menguado bajo el peso de gestos endurecidos y funcionalizados. Tarea que no se diferencia mucho de la que emprende con paciencia quien decide construir una microcuenca o un humedal, de cuyo bienestar depende la vitalidad de un ecosistema.

El primer paso de la reconstrucción cultural de un ecosistema humano es sin lugar a dudas no destruir más, dejar que crezca el rastrojo, que broten nuevamente esas diferencias cuya emergencia impedía la dinámica del monocultivo. El segundo lugar es cultivar las singularidades para enriquecer el ambiente empobrecido. El tecer paso es favorecer las autorregulaciones, que suelen desaparecer cuando imponemos al ecosistema un control obsesivo y una lógica jerárquica. En fin, se trata de aprender a escuchar y acompañar en la vida interpersonal el crecimiento de las diferencias, prestando atención al cuidado de los nichos afectivos, que se han empobrecido por la ausencia de estimulación táctil o por la falta de actitudes de respeto y reconocimiento.

Como la predisposición al consumo de S.P.A. suele estar relacionada con una deprivación somato-sensorial que impone en los primeros años de vida una estrechez vivencial al yo corporal, el trabajo preventivo debe orientarse de manera especial a una recuperación de la vivencia del tacto. La más urgente necesidad que debe suplir el nicho afectivo es la del tacto y el contacto, pues incluso en los nichos adultos donde se impone la distancia corporal, los gestos de cortesía y reconocimiento aparecen como sustitutos socializados de la relación piel a piel, tan necesaria para el bienestar humano. Negar al interior del nicho afectivo la posibilidad del tacto, bien en sus normas primarias o en sus manifestaciones socializadas, es tanto como impedir al sediento que tenga acceso al líquido que calmará la sed, o negarle el aire puro a quien se siente asfixiado.

Se configura así una experiencia de violencia en la intimidad que deja una huella profunda en la estructura psíquica, prestándose como terreno propicio para la compulsión de la compulsión adictiva. Todo caso de drogodependencia revela, en el fondo, un mecanismo de chantaje afectivo que el adicto denuncia a la vez que perpetúa. El compulsivo intenta contrarrestar, mediante la exaltación narcisista de sus deseos, la tristeza de una infancia pasada en manos de pedagogos enamorados de su propia voluntad y de padres temerosos de su entrega de cariño. No tiene por eso sentido de seguir exaltando la magalomanía y la necesidad de reconocimiento, mientras se priva al sujeto de la experiencia del tacto. Chantajear afectivamente al niño y violentarlo en su intimidad, mientras se lo exalta en su yo imaginal en detrimento de su yo corporal, es convertirlo en un candidato seguro al infierno de la adicción.

Es necesario llevar a las personas a tomar conciencia de la existencia de sus nichos afectivos, invitándolas para que se representen en la estructura de sus redes de interdependencia. Desde una dinámica preventiva resulta prioritario despertar la necesidad de cuidar y proteger estos abrevaderos de cariño, pues a diferencia de otros animales que se muestran muy celosos con los nichos de donde obtienen subsistencia, los seres humanos descuidamos nuestros nichos afectivos, lo que nos coloca en situación de extrema fragilidad. Si se reconoce la importancia de mantener nuestras redes de interdependencia a la vez que favorecemos el crecimiento de las singularidades, estaremos fomentando un gran factor protectivo en la esfera de la salud mental y disminuyendo el riesgo de la aparición de la compulsión.

Al ejercer gran presión sobre el nicho afectivo, invadiéndolos con diálogos funcionales y chantajes afectivos, la sociedad contemporánea limita las posibilidades de diálogo lúdico y exploración cálida del mundo interpersonal, debilitando la matriz de seguridad afectiva que sirve de soporte a la emergencia de la singularidad. Es por eso prioritario aprender a combinar, en los diferentes espacios de la vida diaria, las modalidades funcionales con las lúdicas, respondiendo a las demandas operativas sin poner en peligro la frágil biodiversidad de nuestra vida psicológica y cultural.

Seguir atenidos a un modelo de sociedad competitiva que no fomenta las actitudes de solidaridad básica puede conducirnos a una vulnerabilidad creciente, condenados a padecer desgracias recurrentes. Reconocer la validez de la competencia, pero sin negar a los demás los soportes sociales y afectivos que les dan la oportunidad de elegir y crecer, sigue siendo la mejor manera de fomentar la diversidad a la vez que cultivamos una sana interdependencia.

Agradeciéndoles por la atención que brindaron a este documento del Dr. Luis Carlos Restrepo, me permito sugerir lo estudien, analicen y compartan para fortalecer la intervención preventiva con argumentos tan válidos como los que nos presenta Restrepo.
Un abrazo.













PREVENCIÓN DE LA DROGADICCIÓN III

MENSAJES Y REDES


Prevenir no es imponer comportamientos que de antemano consideramos provechosos. Es adelantar una práctica social cogestionada, pues sólo con la participación activa del ciudadano se pueden modificar los factores de riesgo y mejorar la capacidad de elección, impidiendo que la ruptura de redes y la experimentación activa con ritmos y velocidades, propicios de la desterritorialización alucinada, termine por convertirse en una amenaza.

Un proyecto de prevención debe pensarse como un proyecto autogestivo de la interpersonalidad que resulta exitoso en la medida en que se integra a las rutinas cotidianas de los ciudadanos. De allí que las prácticas de prevención deban estar en consonancia con la cultura local, abiertas a la integración de conocimientos avalados por la comunidad, dando a las personas la posibilidad de participar en la definición de las políticas y la elección de los procedimientos que buscan mejorar sus condiciones de vida y salud.

Siendo un proyecto autogestionario, no puede existir un modelo único de prevención, pues son las comunidades las que deben encontrar salidas apropiadas para sus conflictos. El papel del técnico consiste en servir de acompañante, actuando como intermediario entre la tradición científica y la comunidad, construyendo con el grupo los conceptos adecuados para intervenir sobre la dinámica de la interpersonalidad y avanzar en un ejercicio de transformación cultural que permita la modificación de las rutinas cotidianas.

Al promover aprendizajes sociales que capacitan al ciudadano para responder creativamente ante los conflictos, el experto asume que no está frente a una audiencia ignorante, sino ante una cultura por modificar. Como los aprendizajes sociales van mucho más allá de la enseñanza escolar, por lo que se generan también formas de analfabetismo emocional, político o relacional, su modificación no puede generarse desde arriba, con estrategias de terror, de manera autoritaria. Sólo puede hacerse de manera cogestinaria, invitando a los ciudadanos a modificar los reforzadores sociales y las prácticas culturales que dificultan su bienestar emocional. 

Proceso que requiere la participación activa de los medios de comunicación, siendo necesaria una actitud cautelosa para no dejar en manos de creativos y publicistas la definición de los contenidos que se van a difundir a la población. Pues abandonados a su propia dinámica, los medios masivos se inclinan a reforzar actitudes y prejuicios ya existentes, perpetuando la confusión en vez de ayudar a gestar el cambio. Para muestra un ejemplo: partiendo de una imagen idealizada de familia, unida y capaz de proteger a sus hijos de la desintegración, circuló e la televisión colombiana un mensaje gubernamental que invitaba al fortalecimiento del núcleo primario. En la primera escena discute acalorada en la alcoba, acto seguido aparecen en el fondo dos pequeños hijos, que desde la puerta observan atemorizados. Al notar la presencia de los chicos, la polémica se suspende, mientras el hijo varón se acerca para consolar a la madre que llora, protegiéndola con sus brazos. Por su parte el padre, que no llora, protege y abraza a la niña, como símbolo de que la calma y la felicidad han retornado.

En este caso el conflicto es callado por la imagen de la armonía. Podríamos deducir del mensaje la siguiente moraleja: Siempre los problemas de la pareja deben ser resueltos ante la presencia de los hijos, no importa la dimensión ni el desgarramiento que produzcan. Al fin y al cabo de lo que se trata es de mantener a la pareja unida. La mujer, independientemente de su edad, aprece débil y necesitada de protección, mientras el hombre, así se trate apenas de un niño, se muestra firme y capaz de brindar seguridad. El conflicto ha desaparecido bajo la figura unificadora del poder masculino, que estimula en el televidente sentimientos arcaicos de una infancia idealizada.

Para quien trabaje en el campo de la prevención un mensaje de este tipo podría parecer beneficioso, pues exalta el valor de la unidad familiar, repetido una y otra vez por los expertos como factor protectivo frente a los peligros del consumo compulsivo de psicoactivos. Sin embargo, con buenos argumentos, podríamos decir que este mensaje puede convertirse en un factor de ansiedad y riesgo para las familias que viven el dolor de la incomunicacón y la violencia no deseada, o para grupos primarios orientados por una mujer cabeza de familia y en los que el padre está ausente. Pues en vez de ayudar a una adecuada representación del conflicto, acalla bajo la imagen de una unidad sin contradicciones.

Ofreciendo como alternativa implícita que los padres olviden sus diferencias para mantenerse unidos por el bien de los hijos, se desconoce que puede resultar más maltratante para los chicos vivir con sus padres en medio de una situación de incomunicación y violencia en la intimidad. Frente a lo cual resulta más sensato asumir sin chantajes el dolor de la separación, pues aquello que torna riesgosa la vivencia de la dependencia afectiva en el seno de la familia es el clima de frialdad impuesto por una pareja que se mantiene unida de manera formal, mientras recurre al maltrato cotidiano en su convivencia forzosa. Es preferible para los hijos asumir las consecuencias de una separación conyugal tramitada sin manipulaciones, que soportar a diario la violencia que generan dos seres que supuestamente se aman, pero que se hieren sin descanso al no ser capaces de asumir la realidad de la ruptura.

No es la unidad a ultranza de la familia la que se debe fomentar, sino la calidez comunicativa entre la pareja y dentro del grupo primario, emergiendo la ternura como factor protectivo que nos permite un manejo no autoritario de los conflictos. Ternura que puede cultivarse incluso mientras se adelanta la separación, pues nos invita a un uso delicado de la fuerza, concertando un pacto para no ofendernos de manera innecesaria. Ternura que impide la profundización de las heridas, ayudándonos a convivir en medio del fracaso, para no convertir en tragedia pasional lo que es apenas un episodio de torpeza afectiva.

Debemos tener presente que casi siempre los directores de programas de prevención caen en el error de avalar costosos e ineficientes programas de comunicación, por no adelantar un trabajo previo de conceptualización que permita una representación adecuada del conflicto sobre el que se quiere intervenir, tomando decisiones sobre campañas en los medios masivos sin proceder a una dinámica previa de cogestión entre las instituciones agenciadoras y la comunidad, dejándose la tarea en manos de creativos, que guiados por su sentido común terminan diseñando mensajes genéricos que reproducen prejuicios colectivos.

Muchas veces, incluso, se considera suficiente la intervención por el medio masivo de comunicación, desconociéndose que la sugestión colectiva de la radio o la televisión no logran generar por sí mismas cambios en el contexto cultural o en las esferas de los comportamientos. Un mensaje transmitido por los medios de comunicación sólo es efectivo si articula a la acción persistente, cotidiana y presencial, de agentes de prevención empeñados en modificar con los ciudadanos sus prácticas culturales. De nada sirve ofrecer a través de los medios masivos una imagen institucional o una oferta de vida que no encuentra refuerzo en las propuestas preventivas que se desarrollan en los espacios cotidianos. Sería tanto como ofrecer un producto que no se encuentra en el mercado.

Sin desconocer el papel motivante que juegan los medios masivos de comunicación, es importante recordar que los grandes cambios, sólo se producen en las interacciones cotidianas, por lo que se hace necesario mantener un compromiso sostenido con las comunidades con las que se adelanta la labor cogestiva. El mensaje masivo es sólo un reforzador viso-auditivo para legitimar la intervención. Nunca el sustituto de la acción directa y participativa. De allí que resulte lamentable que algunos proyectos de intervención terminen reducidos a una consigna, girando en torno a ella como si se tratara de promocionar un nuevo fetiche, con el que se pretende reemplazar la necesidad de formular un modelo de  intervención contextual y pertinente que permita evaluar de manera operativa la eficacia de la acción preventiva.


No es suficiente seguir los procedimientos técnicos usuales entre los comunicadores,como la planificación por etapas, la selección y segmentación de audiencias, la pre-prueba, el monitoreo y la evaluación de impacto generado por los mensajes emitidos, pues el mayor problema radica en los contenidos prejuiciados de los mensajes que se elaboran sobre el uso de drogas, asunto que casi nunca se pone en entredicho. Estos mensajes propician el equívoco desde el momento en que se orientan a impedir por cualquier medio el contacto con la sustancia, pues se considera que todas las S.P.A. son igualmente peligrosas y todos los usos igualmente destructivos. La comunicación que se centra en  los riesgos inherentes al  abuso de psicocativos, pasa casi siempre por alto la información relacionada por los usos recreacionales o con los factores culturales e interpersonales que fomentan la compulsión.  Pues todo el esfuerzo se centra en tornar deseable la abstención, considerándose que poseer información sobre el peligro de las drogas constituye un mecanismo de disuasión efectiva para experimentación con S.P.A. y la aparición de conductas de abuso.

Gran parte de la información que se transmite sobre las drogas tiene la desventaja de ser presentada en un lenguaje alarmista, que sesga los contenidos hacia los efectos lesivos que las S.P.A. puede producir en el organismo, sin que el ciudadano logre asimilarla de manera crítica. Aquí sólo funciona el argumento de autoridad. Los contenidos que tienen que ver con los efectos gratificantes o con los comportamientos reforzados por la dinámica cultural son minimizados, al igual que todos aquellos aspectos que hacen de la sustancia un producto simbólico que favorece la aparición de algunos rasgos de identidad y de dinámicas microculturales que actúan como potenciadoras del consumo.

Talvez por eso suele existir una relación inversa entre el afán por generar una conciencia pública sobre el peligro de los psicoactivos y la capacidad para adelantar procesos interpersonales de reconstrucción afectiva en comunidades específicas. Parece que una cosa excluye a la otra, pues los promotores de campañas masivas consideran más favorable mantener una situación de ignorancia intolerable sobre las drogas, que adentrarse con ánimo crítico en la exploración cultural de los consumos. Para ellos resulta peligroso sembrar dudas sobre la validez universal de la actitud de antagonismo militante frente a las drogas, considerándose indeseable cualquier información sobre los psicoactivos que permita bajar la guardia, desestime los peligros de la experimentación o legitime usos recreativos. El único saldo positivo de estos programas de prevención es consolidar la barrera de la abstención, así sea manipulando la información y difundiendo un temor genérico y colectivo.

Sabemos, sin embargo, que los mensajes atemorizantes no logran su más importante cometido, como es de mantener alejadas de las drogas a las personas vulnerables. Al contrario, pueden resultar contraproducentes y poco creíbles para aquellos que, por su situación de riesgo, necesitan más apoyo e información veraz. Por su dramatismo escandaloso pueden ser rechazados de manera activa, por la tendencia que tenemos los seres humanos de ignorar los mensajes que percibimos como dolorosos o negativos

En muchos caso, incluso, estos mismos mensajes pueden convertirse en reforzadores de la conducta contrafóbica, ayudando a perpetuar el círculo vicioso en que se debaten los consumidores compulsivos.

Como si fuera poco, estos mensajes pueden convertirse en una propaganda gratuita que ayuda a posicionar a la sustancia prohibida en el mercado, generando entre los buscadores de riesgo el interés por una experiencia novedosa y emocionante, de la misma manera que los mensajes sobre arrestos de narcotraficantes terminan promocionando entre jóvenes marginales el deseo de integrarse al negocio clandestino, para acceder al estilo de vida opulento que es reseñado con detalles por los medios de comunicación cuando hacen referencia  a las lujosas propiedades y costosas extravagancias de los delincuentes.

No es suficiente decir "No a la Drogas", "Fumar es nocivo para la salud" o "La droga destruye tu cerebro". No basta con señalar la conducta censurada para que esta desaparezca de la vida cotidiana, pues al momento de ganar adeptos el psicoactivo suele ser más astuto que los creativos y comunicadores de las empresas de publicidad. No basta con propagar mensajes que digan de manera simplista "Ama a tus hijos" o "Respeta a tus semejantes". Tales afirmaciones se convierten en lugares comunes de la cultura, aceptados por todos, pero insuficientes para inducir un auténtico cambio de actitudes. Una densa red cultural lleva a que las actitudes persistan, aún teniendo el ciudadano conciencia de que pueden resultar lesivas para su bienestar.

Los comercializadores de cigarrillo o alcohol saben bien que para incidir en las actitudes humanas hay que recurrir a mensajes connotados, haciendo un rodeo para ligarnos al contexto cultural de las personas, atendiendo al entramado social donde nacen y se afianzan los deseos. Pero éste hecho parece desconocido por los activistas de la prevención. Mientras las empresas que comercializan los psicoactivos legales, o las microculturas que alientan el uso de las P.S.A. ilegales, recurren a mensajes connotados, los programas de prevención quedan atrapados en la literalidad del mensaje denotado, en el "No consumas droga", desconociéndose así que el ser humano responde mejor a la gratuidad de la información metafórica que a la rigidez de la conminación aversiva, pues el espíritu se muestra siempre más dispuesto a dejarse seducir por el mensaje enriquecido que por el escueto y degradado.

Para que las campañas masivas de sensibilización y alertamiento no agoten la labor informativa sin convocar de manera sostenida la atención de los jóvenes y el interés de la comunidad, se torna persistente adelantar un trabajo que no quede centrado en el problema del consumo compulsivo de psicoactivos, por lo que resulta prioritario abrirnos a la comprensión del contexto social e interpersonal en el que se adelanta la acción preventiva. De allí la necesidad de investigar acerca de la percepción que de su ambiente inmediato tienen los individuos, para construir con ellos un conocimiento a la vez científicamente válido pero también efectivo y pragmático, de tal manera que puedan intervenir sobre su entorno y empoderarse como personas capaces de valorar y modificar sus redes de soporte social y sus estrategias para la resolución de conflictos.

Tal como sucede en las sociedades tradicionales, ante la emergencia de una situación que genera crisis en los mecanismos de reciprocidad y confianza básica de la comunidad, debe comprenderse la conducta problemática como un signo de alarma que obliga al replanteamiento del campo interpersonal en el que estamos inmersos y no como un simple caso de desviación patológica para ser remitido al especialista. Más que espiar y detectar a los consumidores ocasionales de psicoactivos para alejarlos del grupo, de lo que se trata es de acoger la situación conflictiva como un motivo para mejorar el ámbito interpersonal en su conjunto, ganando de esta manera no sólo el individuo sino también el grupo.

Los primeros y principales agentes de prevención deben ser los amigos, familiares o representantes de instituciones confiables de la comunidad, pues son ellos los indicados para ofrecer en situaciones de crisis, casi siempre y cuando tengan claro el papel que juegan los lazos sociales y lo vínculos afectivos en la salud mental de las personas. Al capacitarlos para ejercer su labor, no tenemos que agobiarlos con la tarea de establecer un diagnóstico previo de las conductas desviadas, como condición indispensable para iniciar la prevención. Este trabajo, puede resultar indicativo para personas interesadas en la detección precoz de trastornos psiquiátricos, no siempre ofrece los criterios pertinentes para adelantar la acción preventiva, pues independientemente de la cercanía o no de trastornos comportamentales, la tarea de prevención debe orientarse a potenciar las redes interpersonales, para que sean las mismas personas de la comunidad quienes generen colchones de amortiguación que alejen la vulnerabilidad, aprendiendo a movilizar los mecanismos de soporte social cuando alguno de sus miembros en crisis lo requiera.


Sin necesidad de cuantificar los casos problemáticos, los agentes de prevención pueden adelantar una excelente labor si aprenden a fortalecer las redes de soporte social en sus grupos de influencia. Su tarea consiste en mejorar la calidad de los recursos espontáneos de la comunidad, dignificando actos tan sencillos como la ayuda que suelen prestarse las mujeres en sectores populares intercambiando bienes o favores personales, a la vez que se apoyan en el mutuo manejo de sus tensiones. Las situaciones de crisis y los eventos estresantes deben ser asumidos como una oportunidad para fortalecer el ecosistema interpersonal y los cambios sociales y afectivos con los vecinos. Pues más allá de la importancia que puedan tener los acontecimientos conflictivos, lo que decide el tipo de respuesta que damos a la situación estresante es la calidad de nuestras relaciones cotidianas.

El malestar y sufrimiento psicológico son indicios de un bloqueo de los mecanismos de soporte afectivo, cuya reparación no debe esperar hasta la llegada del técnico o la realización de un diagnóstico especializado. En estos casos es importante que un amplio grupo de personas conozcan las claves para desbloquear la situación y generar mecanismos alternos de búsqueda afectiva, sin quedar atrapadas en categorías diagnósticas fijas. Tampoco es recomendable mantener una visión estrecha de las redes familiares como única fuente para la movilización del soporte requerido. Lo mejor es contar con una red de afiliaciones múltiples, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, que permitan al individuo en situación de crisis superar la adversidad. Pues incluso en casos de trastorno mental, el curso determinado de la enfermedad está determinado en gran parte por la posibilidad de contar con un adecuado soporte social que proteja al individuo de presiones estresantes, actuando como factor de amortiguación ante situaciones que puedan dañar su salud física o su equilibrio emocional. La presencia de una compañía significativa es el principal generador de bienestar mental y uno de los factores que más aminora los problemas de salud, al permitir a las personas desarrollar y fortalecer sus sentimientos de confianza básica.


Esperamos que estas reflexiones nos permitan visualizar el hecho de que no es suficiente poner mensajes contra drogas en medios de comunicación masiva ni gastar ingentes recursos que se requieren en actividades sencillas, continuadas en el tiempo, eficaces y que se integren a la cotidianidad de la comunidad; como la mejor manera de hacer "prevención".

De la misma manera, el objetivo de la prevención no es lograr una sociedad abstemia, sino una comunidad que tenga herramientas para gestionar los conflictos cuando estos se presenten.












miércoles, 7 de noviembre de 2012

PREVENCIÓN DE LA "DROGADICCIÓN" II

Continuando con el aporte de Luis Carlos Restrepo, ahora vamos a enfocar lo referente a los objetivos de la prevención, en esta segunda parte.


PRIMER OBJETIVO DEL TRABAJO PREVENTIVO

El ser humano es producto de múltiples aprendizajes culturales, emocionales y comunicativos, cuya modificación se convierte en objeto de intervención y unidad operativa de la dinámica preventiva.

Para lograr este cambio de actitudes en la población es necesario racionalizar los recursos institucionales y comunitarios, interviniendo simultáneamente en varios planos:

a) Incidiendo en los medios de comunicación para favorecer una adecuada representación del conflicto;
b) Generando estrategias cogestivas entre instituciones y comunidades para mejorar los contextos interpersonales y culturales relacionados con los patrones de convivencia;
c) Educando a las personas en el ejercicio de la libertad, para que puedan enfrentar con información y dignidad las presiones del mercado y las angustias consumistas;
d) Reforzando factores culturales capaces de frenar la tendencia consumista en general y el consumo de S.P.A. en particular;
e) Adelantando acciones que favorezcan los mecanismos de soporte social y la dinámica comunicativa dentro de las redes afectivas.

COMUNICACIÓN Y CRISIS DE VALORES

No basta con que el experto logre una cabal representación del problema a intervenir, ni tampoco que detecte los factores de riesgo que amenazan a la comunidad o los factores protectores que la favorecen. Sabemos que para cambiar una actitud no es suficiente recibir la información pertinente. La información recibida de manera pasiva , oyendo al técnico o al salubrista, escuchando la radio o la televisión, no logra integrarse a dinámicas de cambio.

El caso de los fumadores que saben del daño que puede producirles su hábito, pero que son incapaces de dejarlo, es demostrativo al respecto. Es necesario que los individuos asimilen la información, tomando la decisión de tomar el anhelado cambio de comportamiento. Y esto solo sucede cuando el ciudadano o el grupo participan de manera activa en la construcción del conocimiento. Es decir, cuando logran integrar la información técnica a sus necesidades más sentidas, asimilando los conocimientos a sus creencias y valores.

No por casualidad una de las grandes dificultades que presentan los modelos de prevención tiene que ver con la definición del procedimiento capaz de promover el cambio de actitudes. El asunto de los "estilos de vida" y su modificación es un cuello de botella para la acción de los salubristas, problema que se complica aún más si asumimos que la ética de las democracias liberales impide diseñar cambios comportamentales que se impongan a la comunidad sin su consentimiento. Esto sería propio de los regímenes dictatoriales, pero no de una sociedad comprometida con el respeto a la capacidad de elección de sus ciudadanos, quienes deben dar su asentimiento. De allí la necesidad de inscribirnos de manera respetuosa en el contexto cultural para definir con las comunidades los aprendizajes sociales que es necesario modificar, concertando con ellas los contenidos y las metodologías pertinentes.

Es por eso que un segundo objetivo del trabajo preventivo, puede ser conceptualizado de la siguiente manera:

Definición cogestiva de los aprendizajes sociales a modificar, teniendo en cuenta los recursos institucionales y comunitarios pertinentes.


Una vez definido el aprendizaje a modificar es preciso definir la intervención en dos planos paralelos:

a) Generando un consenso sobre la pertinencia y la necesidad del cambio a través de los medios de comunicación;
b) Reforzando en la interacción cotidiana la educación para la libertad, pues la estructura democrática de nuestra sociedad obliga a pasar siempre por el consentimiento y la elección a fin de realizar un cambio de comportamiento.

Como estos aprendizajes se ubican en el terreno de la cotidianidad, a la manera de valores compartidos, es el caso del refuerzo festivo al consumo de alcohol, o como estrategias de relación y comunicación, tal como sucede con el predominio de los diálogos funcionales sobre los diálogos lúdicos, las políticas preventivas sólo pueden tener éxito si las entendemos como un proyecto para incrementar la participación de la comunidad, máxime cuando se tratan de asuntos que afectan de manera sustancial la vida de los ciudadanos.

Participación no debe confundirse con un consenso apresurado que nos reduzca a consignas vacías, como por ejemplo, que es malo consumir drogas, sin propiciar el replanteamiento de los comportamientos contrafóficos que acallan el conflicto al invitarnos a cerrar filas en torno a la moralidad vigente. Suele ser tan dañino bloquear la representación del conflicto como percibirlo de manera culposa, bajo la tutoría de algún mandamiento que censura su emergencia, ya que en ambos casos el resultado es la paralización de la acción transformadora.

Bajo ninguna manera la representación del conflicto debe quedar opacada por consignas moralistas, pues atrapados en el deber ser y en la afirmación de los ideales comunitarios podemos terminar expulsando de entrada lo malo, logrando la unanimidad por la vía de excluir el problema. De allí la manera de no confundir la práctica preventiva con un simple trabajo pastoral de afianzamiento de valores, que podría reproducir bloqueos semánticos que opacan la adecuada representación del conflicto. Asunto delicado, pues a la vez que ganamos consenso para defender el horizonte del bien podríamos perpetuar la impotencia e incrementar la vulneravilidad, al tornar imposible la representación del problema que se quiere resolver.

Sin desconocer la importancia de una afirmación ritual de valores y compromisos comunitarios, debemos atender de manera simultánea a la calidad de las representaciones colectivas que entran en juego para la representación del conflicto, única manera de lograr que las personas puedan acceder  a una situación de potencia, creándose condiciones para convertir la amenaza en oportunidad. Lo importante no es gritar a coro que estamos unidos para erradicar el problema, sino estar dispuestos a aprender de él, aprovechando su emergencia para reorientar nuestras condiciones de vida y desarrollo. 

Debemos estar atentos para no reproducir el activismo propio de algunos ciudadanos interesados en la prevención, que esconden con su militancia una actitud de negación frente a sus conflictos personales, o un intento no muy sano de reparar en el ámbito social problemas que no han podido solucionar en la esfera familiar. Se trata en estos casos de individuos que se muestran verbalmente solidarios con la condena a las drogas, pero que reproducen en su vida cotidiana diálogos funcionales, chantajes afectivos y otros hábitos que perpetúan las prácticas compulsivas. Como son incapaces de reconocer la escisión, o de aceptar errores que aparecen ante su conciencia como algo impensable y doloroso, cargan con la condena de la repetición y el fracaso.

Les pasa los mismo a los adictos, que al iniciar una terapia de rehabilitación o verse enfrentados a la presión colectiva hacen un firme propósito de enmienda, convenciendo a familiares y amigos de lo definitivo y terminante de su actitud. Propósito que muy pronto se convierte en palabras arrastradas por el viento, incumpliendo la promesa mientras se esfuerzan por mantener oculta su reincidencia en el problema. Pasando por alto la opinión de quienes consideran a estos drogodependientes  como mentirosos consuetidinarios, de quienes se debe desconfiar y someter a un minuciosos control por parte de terapéutas y familiares, encontramos, en las raíces de este comportamiento una situación mucho más paradójica y contradictoria de lo que a simple vista se puede observar.

Al hacer un propósito de enmienda y declararse solidario con los valores de sus mayores, el adicto no está mintiendo de manera deliberada ni asumiendo una actitud farsante. En ese momento él mismo siente como beneficioso y saludable integrarse a los valores tradicionales, avalados por la autoridad y la costumbre, sintiendo gran alivio al creer que por fin logra encausar su vida por el sendero del bien. Encuentra además beneficiosa su decisión porque ella significa ser aceptado y amado por los demás, lo que viene a colmar su intensa necesidad de dependencia afectiva. Asume sin embargo esta postura sin un respaldo sentimental, pues el precepto moral no es reforzado por la satisfacción de los sentidos. De allí que la sensibilidad despertada con el consumo de S.P.A. termine derrotando a la normatividad vacía, que pronto es vencida de nuevo por la dinámica de la compulsión.

Al sentir que puede ser rechazado de nuevo a causa de su fracaso, el adicto asume la característica disociación, por lo que pretende, para mantener el cariño y reconocimiento de los otros, hacerles creer que sigue siendo solidario con lo que se propuso, que continúa respetando las normas y los valores que lo integran a la comunidad, cuando en realidad, en la práctica, atenta contra ella y las destruye. Su adhesión al código valorativo es apenas una adhesión formal, externa, repitiendo las normas como si lo hiciera a través de un casete puesto en una grabadora, sin conferirles suficiente respaldo afectivo.

Atraído por el respaldo afectivo que le ofrece el grupo de pares, el adicto puede terminar refugiándose de nuevo en él, buscando con este contacto una alianza de tipo emocional que le permita compartir un deseo que interfiere con las normas imperantes. De esta manera el consumidor de S.P.A. puede terminar asumiendo la mística de los perseguidos, adoptando formas simbólicas que le proporcionan cohesión y sentimiento de pertenencia, con vestuario, gestos y jergas que los separa de otros grupos u asociaciones. Al ahondarse la separación entre la frialdad de la Ley y la calidez del grupo con el que se vila la norma, para muchos consumidores de S.P.A. esta fase pasajera de sus vidas puede convertirse en vivencia permanente, situación aceptada por una política excluyente y represiva que dificulta la superación de la experiencia condenando al usuario de drogas a la miseria social y sanitaria generadas por la ilegalidad.

Como los problemas que nos interesa modificar desde una práctica preventiva están casi siempre relacionados con la ruptura existente entre la enunciación normativa y el soporte afectivo necesario para que el valor se convierta en regla de vida respetada de manera cotidiana, el asunto que con más detalle requiere de nuestra atención es la forma como se chocan o articulan la norma y la singularidad, consistiendo nuestra tarea en ayudar para que de este centro no quede por un lado la normatividad vacía y por el otro una singularidad anhelante de vida que asume como destino trágico estrellarse contra el mundo que la niega. Pues cuando el joven no encuentra recurso diferente a destruir la norma para expresar la singularidad, corre el riesgo de destruirse a sí mismo, sin lograr encontrar caminos alternos y creativos para su expresión.

Recordando que los valores funcionan como paradigmas culturales que permiten dar sentido a la acción, predisponiéndonos a una práxis comunitaria, es bueno constatar que del adicto no radica en la "pérdida de valores", sino que los valores que porta no cumplen la función de encausar su acción social, presentándose una disociación entre el código normativo y su aplicación a la práxis cotidiana. Fenómeno relacionado con el propio aprendizaje de las normas, recibidas de los adultos que se las inculcaron a través del chantaje afectivo o se las transmitieron como un conjunto de reglas por cumplir, sin darles el soporte vivencial requerido para que pueda convertirse en brújula que orienta la acción cotidiana.

Es por eso que al abordar la crisis de valores se impone buscar una síntesis entre lo que se enuncia de manera conceptual y la vivencia emocional que da soporte a las palabras, evitando caer en la contradicción de enseñar valores que promuevan el amor mientras perpetuamos procedimientos violentos,  o la incongruencia de defender métodos educativos que alaban la libertad, pero permanecen anclados en el chantaje y el temor. Más que reiterar normas vacías es preciso mostrar el gran componente afectivo y emocional que encarna la valoración y sus funciones más inmediatas, cuales son dar sentido a la acción y permitir nuestra integración a la comunidad. De esta manera nos separamos de un abordaje autoritario del problema, dejando atrás los silogismos de la ética argumental para zambullirnos en los territorios pasionales de una ética emocionada.

Debemos recordar que la sola razón no basta para inculcar un valor, siendo mucho más importante el soporte afectivo que se le proporciona. Toda moral basada en la razón exhibe una fragilidad innata, que ni siquiera se puede disimular tras la edificación intemporal y abstracta de la argumentación, pues el cumplimiento del deber o su transgresión están referidos en últimas como reconoce el mismo Kant, a un placer o desagrado, a un "sentimiento moral" que instituye a la sensibilidad como frontera de la razón, como límite a la vez necesario y amenazante. Nuestros grandes problemas no se derivan de la mayor o menor competencia argumental, sino de impartir las normas de manera disociada, negando con nuestros gestos lo que proclamamos con las palabras.

La crisis de valores no puede convertirse en un comodín para nuevas cantaletas que fomentan la brecha generacional y la ausencia de diálogo entre adultos y jóvenes. Idealizar modelos de vida tradicionales o reinstaurar discursos autoritarios, son actitudes que alejan la posibilidad de conceptualizar la crisis de valores de una manera dinámica y creativa. Siguiendo una lógica sensorial que le permite la exploración de los extremos para encontrar por oscilación el justo medio, tal como se mueve el péndulo, podemos superar también la circunstancia histórica que condena la vivencia embriagada a ser un simple reforzador de nuestra miseria afectiva. Pues la crisis de valores tiene en común con la crisis de la drogadicción que en ambos casos se presenta  una disociación extrema entre la norma y la singularidad, entre una Ley fría y un individuo que se resiste a sacrificar su sensorialidad en beneficio de un pacto social que lo asfixia y aplasta.

Aceptando que en el mundo contemporáneo la vivencia de la elección suela darse en gran medida a través de la escogencia de consumos y productos en el mercado, podemos abrirnos a una acción cogestionaria que permita cultivar afectos y umbrales sensoriales proclives a la plena expresión de las singularidades. Dejando atrás la lógica del sentido común que contrapone muerte a droga, consideramos pertinente construir nuevos mensajes que contextualicen patrones de consumo y permitan al ciudadano representarse el conflicto, para proceder a realizar su elección. La amenaza de una muerte prematura, de daños orgánicos severos o de una vida arruinada o miserable, poco sirven para que los adictos olviden sus deseos, pues en contra de la concepción ingenua de algunos comunicadores, el compulsivo toma la droga no tanto porque desconozca sus efectos, sino, por el contrario, porque busca exponerse de manera repetida a sus peligros, para afirmar la soberanía de su yo en la incuestionable de empresa de resistir al trance embriagado sin sucumbir en el intento.



El comportamiento contrafóbico del adicto y de otros consumidores compulsivos no puede ser modificado recurriendo a una simple técnica conductual, que define con claridad la actitud indeseable para después extirparla del tejido social. Pues tanto el aprendizaje como el deseo humanos son hechos paradojales y ambiguos, que se resisten al manejo de la lógica positivista. Es por eso que entre más esfuerzos realizamos por aplastar la conducta indeseable, más rápido la intención se devuelve en contragolpe, convertida en bumerán que refuerza aquellos que queríamos silenciar.

Si en la sociedad democrática la modificación de los aprendizajes sociales debe ser concertada y cogestionada, pasando por el consentimiento y la elección, a fin de realizar los cambios de comportamiento, no deben asustarnos los amplios rangos de incertidumbre que genera el ejercicio de la libertad, pues su adecuado manejo nos permite cultivar con mayor certeza las prácticas propias de una sociedad abierta. Para eso, por su puesto, es necesario pasar de la consigna a la información y de ésta a la reflexión, con un mayor respeto a nuestros interlocutores, que necesitan no tanto historias que los aterroricen como elementos de juicio que les permitan ejercitar con dignidad su libertad.

Pues si mentimos a los ciudadanos sobre la realidad de la situación, en vez de favorecer el proceso de prevención los estamos tornando más frágiles y vulnerables, como acontece con los padres que dicen no saber de que manera su hijo quedó aprisionado en el círculo vicioso de las drogas, si ellos hicieran todo lo necesario para educarlo correctamente. Pero no se dan cuenta que en vez de educarlo para la libertad, lo educaron mediante el chantaje afectivo. Y cuando se manipula al otro, decidiendo de antemano lo que es el bien e imponiéndoselo por la fuerza, estamos sembrando la semilla de un futuro drogadicto.

Para la reflexión
QUE TU VISIÓN NO SEA MI CEGUERA