Prevenir no es imponer comportamientos que de antemano consideramos provechosos. Es adelantar una práctica social cogestionada, pues sólo con la participación activa del ciudadano se pueden modificar los factores de riesgo y mejorar la capacidad de elección, impidiendo que la ruptura de redes y la experimentación activa con ritmos y velocidades, propicios de la desterritorialización alucinada, termine por convertirse en una amenaza.
Un proyecto de prevención debe pensarse como un proyecto autogestivo de la interpersonalidad que resulta exitoso en la medida en que se integra a las rutinas cotidianas de los ciudadanos. De allí que las prácticas de prevención deban estar en consonancia con la cultura local, abiertas a la integración de conocimientos avalados por la comunidad, dando a las personas la posibilidad de participar en la definición de las políticas y la elección de los procedimientos que buscan mejorar sus condiciones de vida y salud.
Siendo un proyecto autogestionario, no puede existir un modelo único de prevención, pues son las comunidades las que deben encontrar salidas apropiadas para sus conflictos. El papel del técnico consiste en servir de acompañante, actuando como intermediario entre la tradición científica y la comunidad, construyendo con el grupo los conceptos adecuados para intervenir sobre la dinámica de la interpersonalidad y avanzar en un ejercicio de transformación cultural que permita la modificación de las rutinas cotidianas.
Al promover aprendizajes sociales que capacitan al ciudadano para responder creativamente ante los conflictos, el experto asume que no está frente a una audiencia ignorante, sino ante una cultura por modificar. Como los aprendizajes sociales van mucho más allá de la enseñanza escolar, por lo que se generan también formas de analfabetismo emocional, político o relacional, su modificación no puede generarse desde arriba, con estrategias de terror, de manera autoritaria. Sólo puede hacerse de manera cogestinaria, invitando a los ciudadanos a modificar los reforzadores sociales y las prácticas culturales que dificultan su bienestar emocional.
Proceso que requiere la participación activa de los medios de comunicación, siendo necesaria una actitud cautelosa para no dejar en manos de creativos y publicistas la definición de los contenidos que se van a difundir a la población. Pues abandonados a su propia dinámica, los medios masivos se inclinan a reforzar actitudes y prejuicios ya existentes, perpetuando la confusión en vez de ayudar a gestar el cambio. Para muestra un ejemplo: partiendo de una imagen idealizada de familia, unida y capaz de proteger a sus hijos de la desintegración, circuló e la televisión colombiana un mensaje gubernamental que invitaba al fortalecimiento del núcleo primario. En la primera escena discute acalorada en la alcoba, acto seguido aparecen en el fondo dos pequeños hijos, que desde la puerta observan atemorizados. Al notar la presencia de los chicos, la polémica se suspende, mientras el hijo varón se acerca para consolar a la madre que llora, protegiéndola con sus brazos. Por su parte el padre, que no llora, protege y abraza a la niña, como símbolo de que la calma y la felicidad han retornado.
En este caso el conflicto es callado por la imagen de la armonía. Podríamos deducir del mensaje la siguiente moraleja: Siempre los problemas de la pareja deben ser resueltos ante la presencia de los hijos, no importa la dimensión ni el desgarramiento que produzcan. Al fin y al cabo de lo que se trata es de mantener a la pareja unida. La mujer, independientemente de su edad, aprece débil y necesitada de protección, mientras el hombre, así se trate apenas de un niño, se muestra firme y capaz de brindar seguridad. El conflicto ha desaparecido bajo la figura unificadora del poder masculino, que estimula en el televidente sentimientos arcaicos de una infancia idealizada.
Para quien trabaje en el campo de la prevención un mensaje de este tipo podría parecer beneficioso, pues exalta el valor de la unidad familiar, repetido una y otra vez por los expertos como factor protectivo frente a los peligros del consumo compulsivo de psicoactivos. Sin embargo, con buenos argumentos, podríamos decir que este mensaje puede convertirse en un factor de ansiedad y riesgo para las familias que viven el dolor de la incomunicacón y la violencia no deseada, o para grupos primarios orientados por una mujer cabeza de familia y en los que el padre está ausente. Pues en vez de ayudar a una adecuada representación del conflicto, acalla bajo la imagen de una unidad sin contradicciones.
Ofreciendo como alternativa implícita que los padres olviden sus diferencias para mantenerse unidos por el bien de los hijos, se desconoce que puede resultar más maltratante para los chicos vivir con sus padres en medio de una situación de incomunicación y violencia en la intimidad. Frente a lo cual resulta más sensato asumir sin chantajes el dolor de la separación, pues aquello que torna riesgosa la vivencia de la dependencia afectiva en el seno de la familia es el clima de frialdad impuesto por una pareja que se mantiene unida de manera formal, mientras recurre al maltrato cotidiano en su convivencia forzosa. Es preferible para los hijos asumir las consecuencias de una separación conyugal tramitada sin manipulaciones, que soportar a diario la violencia que generan dos seres que supuestamente se aman, pero que se hieren sin descanso al no ser capaces de asumir la realidad de la ruptura.
No es la unidad a ultranza de la familia la que se debe fomentar, sino la calidez comunicativa entre la pareja y dentro del grupo primario, emergiendo la ternura como factor protectivo que nos permite un manejo no autoritario de los conflictos. Ternura que puede cultivarse incluso mientras se adelanta la separación, pues nos invita a un uso delicado de la fuerza, concertando un pacto para no ofendernos de manera innecesaria. Ternura que impide la profundización de las heridas, ayudándonos a convivir en medio del fracaso, para no convertir en tragedia pasional lo que es apenas un episodio de torpeza afectiva.
Debemos tener presente que casi siempre los directores de programas de prevención caen en el error de avalar costosos e ineficientes programas de comunicación, por no adelantar un trabajo previo de conceptualización que permita una representación adecuada del conflicto sobre el que se quiere intervenir, tomando decisiones sobre campañas en los medios masivos sin proceder a una dinámica previa de cogestión entre las instituciones agenciadoras y la comunidad, dejándose la tarea en manos de creativos, que guiados por su sentido común terminan diseñando mensajes genéricos que reproducen prejuicios colectivos.
Muchas veces, incluso, se considera suficiente la intervención por el medio masivo de comunicación, desconociéndose que la sugestión colectiva de la radio o la televisión no logran generar por sí mismas cambios en el contexto cultural o en las esferas de los comportamientos. Un mensaje transmitido por los medios de comunicación sólo es efectivo si articula a la acción persistente, cotidiana y presencial, de agentes de prevención empeñados en modificar con los ciudadanos sus prácticas culturales. De nada sirve ofrecer a través de los medios masivos una imagen institucional o una oferta de vida que no encuentra refuerzo en las propuestas preventivas que se desarrollan en los espacios cotidianos. Sería tanto como ofrecer un producto que no se encuentra en el mercado.
Sin desconocer el papel motivante que juegan los medios masivos de comunicación, es importante recordar que los grandes cambios, sólo se producen en las interacciones cotidianas, por lo que se hace necesario mantener un compromiso sostenido con las comunidades con las que se adelanta la labor cogestiva. El mensaje masivo es sólo un reforzador viso-auditivo para legitimar la intervención. Nunca el sustituto de la acción directa y participativa. De allí que resulte lamentable que algunos proyectos de intervención terminen reducidos a una consigna, girando en torno a ella como si se tratara de promocionar un nuevo fetiche, con el que se pretende reemplazar la necesidad de formular un modelo de intervención contextual y pertinente que permita evaluar de manera operativa la eficacia de la acción preventiva.
No es suficiente seguir los procedimientos técnicos usuales entre los comunicadores,como la planificación por etapas, la selección y segmentación de audiencias, la pre-prueba, el monitoreo y la evaluación de impacto generado por los mensajes emitidos, pues el mayor problema radica en los contenidos prejuiciados de los mensajes que se elaboran sobre el uso de drogas, asunto que casi nunca se pone en entredicho. Estos mensajes propician el equívoco desde el momento en que se orientan a impedir por cualquier medio el contacto con la sustancia, pues se considera que todas las S.P.A. son igualmente peligrosas y todos los usos igualmente destructivos. La comunicación que se centra en los riesgos inherentes al abuso de psicocativos, pasa casi siempre por alto la información relacionada por los usos recreacionales o con los factores culturales e interpersonales que fomentan la compulsión. Pues todo el esfuerzo se centra en tornar deseable la abstención, considerándose que poseer información sobre el peligro de las drogas constituye un mecanismo de disuasión efectiva para experimentación con S.P.A. y la aparición de conductas de abuso.
Gran parte de la información que se transmite sobre las drogas tiene la desventaja de ser presentada en un lenguaje alarmista, que sesga los contenidos hacia los efectos lesivos que las S.P.A. puede producir en el organismo, sin que el ciudadano logre asimilarla de manera crítica. Aquí sólo funciona el argumento de autoridad. Los contenidos que tienen que ver con los efectos gratificantes o con los comportamientos reforzados por la dinámica cultural son minimizados, al igual que todos aquellos aspectos que hacen de la sustancia un producto simbólico que favorece la aparición de algunos rasgos de identidad y de dinámicas microculturales que actúan como potenciadoras del consumo.
Talvez por eso suele existir una relación inversa entre el afán por generar una conciencia pública sobre el peligro de los psicoactivos y la capacidad para adelantar procesos interpersonales de reconstrucción afectiva en comunidades específicas. Parece que una cosa excluye a la otra, pues los promotores de campañas masivas consideran más favorable mantener una situación de ignorancia intolerable sobre las drogas, que adentrarse con ánimo crítico en la exploración cultural de los consumos. Para ellos resulta peligroso sembrar dudas sobre la validez universal de la actitud de antagonismo militante frente a las drogas, considerándose indeseable cualquier información sobre los psicoactivos que permita bajar la guardia, desestime los peligros de la experimentación o legitime usos recreativos. El único saldo positivo de estos programas de prevención es consolidar la barrera de la abstención, así sea manipulando la información y difundiendo un temor genérico y colectivo.
Sabemos, sin embargo, que los mensajes atemorizantes no logran su más importante cometido, como es de mantener alejadas de las drogas a las personas vulnerables. Al contrario, pueden resultar contraproducentes y poco creíbles para aquellos que, por su situación de riesgo, necesitan más apoyo e información veraz. Por su dramatismo escandaloso pueden ser rechazados de manera activa, por la tendencia que tenemos los seres humanos de ignorar los mensajes que percibimos como dolorosos o negativos
En muchos caso, incluso, estos mismos mensajes pueden convertirse en reforzadores de la conducta contrafóbica, ayudando a perpetuar el círculo vicioso en que se debaten los consumidores compulsivos.
Como si fuera poco, estos mensajes pueden convertirse en una propaganda gratuita que ayuda a posicionar a la sustancia prohibida en el mercado, generando entre los buscadores de riesgo el interés por una experiencia novedosa y emocionante, de la misma manera que los mensajes sobre arrestos de narcotraficantes terminan promocionando entre jóvenes marginales el deseo de integrarse al negocio clandestino, para acceder al estilo de vida opulento que es reseñado con detalles por los medios de comunicación cuando hacen referencia a las lujosas propiedades y costosas extravagancias de los delincuentes.
No es suficiente decir "No a la Drogas", "Fumar es nocivo para la salud" o "La droga destruye tu cerebro". No basta con señalar la conducta censurada para que esta desaparezca de la vida cotidiana, pues al momento de ganar adeptos el psicoactivo suele ser más astuto que los creativos y comunicadores de las empresas de publicidad. No basta con propagar mensajes que digan de manera simplista "Ama a tus hijos" o "Respeta a tus semejantes". Tales afirmaciones se convierten en lugares comunes de la cultura, aceptados por todos, pero insuficientes para inducir un auténtico cambio de actitudes. Una densa red cultural lleva a que las actitudes persistan, aún teniendo el ciudadano conciencia de que pueden resultar lesivas para su bienestar.
Los comercializadores de cigarrillo o alcohol saben bien que para incidir en las actitudes humanas hay que recurrir a mensajes connotados, haciendo un rodeo para ligarnos al contexto cultural de las personas, atendiendo al entramado social donde nacen y se afianzan los deseos. Pero éste hecho parece desconocido por los activistas de la prevención. Mientras las empresas que comercializan los psicoactivos legales, o las microculturas que alientan el uso de las P.S.A. ilegales, recurren a mensajes connotados, los programas de prevención quedan atrapados en la literalidad del mensaje denotado, en el "No consumas droga", desconociéndose así que el ser humano responde mejor a la gratuidad de la información metafórica que a la rigidez de la conminación aversiva, pues el espíritu se muestra siempre más dispuesto a dejarse seducir por el mensaje enriquecido que por el escueto y degradado.
Para que las campañas masivas de sensibilización y alertamiento no agoten la labor informativa sin convocar de manera sostenida la atención de los jóvenes y el interés de la comunidad, se torna persistente adelantar un trabajo que no quede centrado en el problema del consumo compulsivo de psicoactivos, por lo que resulta prioritario abrirnos a la comprensión del contexto social e interpersonal en el que se adelanta la acción preventiva. De allí la necesidad de investigar acerca de la percepción que de su ambiente inmediato tienen los individuos, para construir con ellos un conocimiento a la vez científicamente válido pero también efectivo y pragmático, de tal manera que puedan intervenir sobre su entorno y empoderarse como personas capaces de valorar y modificar sus redes de soporte social y sus estrategias para la resolución de conflictos.
Tal como sucede en las sociedades tradicionales, ante la emergencia de una situación que genera crisis en los mecanismos de reciprocidad y confianza básica de la comunidad, debe comprenderse la conducta problemática como un signo de alarma que obliga al replanteamiento del campo interpersonal en el que estamos inmersos y no como un simple caso de desviación patológica para ser remitido al especialista. Más que espiar y detectar a los consumidores ocasionales de psicoactivos para alejarlos del grupo, de lo que se trata es de acoger la situación conflictiva como un motivo para mejorar el ámbito interpersonal en su conjunto, ganando de esta manera no sólo el individuo sino también el grupo.
Los primeros y principales agentes de prevención deben ser los amigos, familiares o representantes de instituciones confiables de la comunidad, pues son ellos los indicados para ofrecer en situaciones de crisis, casi siempre y cuando tengan claro el papel que juegan los lazos sociales y lo vínculos afectivos en la salud mental de las personas. Al capacitarlos para ejercer su labor, no tenemos que agobiarlos con la tarea de establecer un diagnóstico previo de las conductas desviadas, como condición indispensable para iniciar la prevención. Este trabajo, puede resultar indicativo para personas interesadas en la detección precoz de trastornos psiquiátricos, no siempre ofrece los criterios pertinentes para adelantar la acción preventiva, pues independientemente de la cercanía o no de trastornos comportamentales, la tarea de prevención debe orientarse a potenciar las redes interpersonales, para que sean las mismas personas de la comunidad quienes generen colchones de amortiguación que alejen la vulnerabilidad, aprendiendo a movilizar los mecanismos de soporte social cuando alguno de sus miembros en crisis lo requiera.
Sin necesidad de cuantificar los casos problemáticos, los agentes de prevención pueden adelantar una excelente labor si aprenden a fortalecer las redes de soporte social en sus grupos de influencia. Su tarea consiste en mejorar la calidad de los recursos espontáneos de la comunidad, dignificando actos tan sencillos como la ayuda que suelen prestarse las mujeres en sectores populares intercambiando bienes o favores personales, a la vez que se apoyan en el mutuo manejo de sus tensiones. Las situaciones de crisis y los eventos estresantes deben ser asumidos como una oportunidad para fortalecer el ecosistema interpersonal y los cambios sociales y afectivos con los vecinos. Pues más allá de la importancia que puedan tener los acontecimientos conflictivos, lo que decide el tipo de respuesta que damos a la situación estresante es la calidad de nuestras relaciones cotidianas.
El malestar y sufrimiento psicológico son indicios de un bloqueo de los mecanismos de soporte afectivo, cuya reparación no debe esperar hasta la llegada del técnico o la realización de un diagnóstico especializado. En estos casos es importante que un amplio grupo de personas conozcan las claves para desbloquear la situación y generar mecanismos alternos de búsqueda afectiva, sin quedar atrapadas en categorías diagnósticas fijas. Tampoco es recomendable mantener una visión estrecha de las redes familiares como única fuente para la movilización del soporte requerido. Lo mejor es contar con una red de afiliaciones múltiples, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, que permitan al individuo en situación de crisis superar la adversidad. Pues incluso en casos de trastorno mental, el curso determinado de la enfermedad está determinado en gran parte por la posibilidad de contar con un adecuado soporte social que proteja al individuo de presiones estresantes, actuando como factor de amortiguación ante situaciones que puedan dañar su salud física o su equilibrio emocional. La presencia de una compañía significativa es el principal generador de bienestar mental y uno de los factores que más aminora los problemas de salud, al permitir a las personas desarrollar y fortalecer sus sentimientos de confianza básica.
Esperamos que estas reflexiones nos permitan visualizar el hecho de que no es suficiente poner mensajes contra drogas en medios de comunicación masiva ni gastar ingentes recursos que se requieren en actividades sencillas, continuadas en el tiempo, eficaces y que se integren a la cotidianidad de la comunidad; como la mejor manera de hacer "prevención".
De la misma manera, el objetivo de la prevención no es lograr una sociedad abstemia, sino una comunidad que tenga herramientas para gestionar los conflictos cuando estos se presenten.
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